Nunca les he contado mis ideas sobre cómo será el fin de ETA. "Guárdeselo juto a su walkman, sus discos de vinilo y demás cosas inservibles", me dirá el lector, tras el anuncio de la banda del "cese definitivo de la actividad armada", como ellos le llaman. Como queda claro a estas alturas, yo no lo veo así en absoluto.
Creo desde hace años que el fin de ETA es inevitable. Desde luego, no vendrá por una negociación con la banda. Si aceptamos cumplir su programa, aunque sea en parte, habremos dado carta de naturaleza al terrorismo y habremos demostrado que sus métodos son eficaces. Tampoco, pensaba asimismo, vendrá exactamente después de un golpe policial, aunque todo debilitamiento operativo de la banda le acerca a un final.
No. La clave del fin de ETA estará en la irrelevancia. Y así ha sido. Cada vez ETA es menos relevante. Gracias, en primer lugar, a que Aznar fue muy efectivo en la lucha contra los asesinos sin recurrir al GAL. En segundo lugar, a la ley de partidos. El Gobierno de Zapatero tomó la decisión política de incumplirla de forma sistemática. Pero la más que cantada victoria del PP cambia la situación radicalmente. De hecho, según Luis Azpiolea, la previsible llegada de Rajoy al poder estuvo detrás de la decisión de ETA de hacer este anuncio. La banda ve que un PP con mayoría absoluta no le va a permitir presentarse a las elecciones y será más irrelevante.
Este anuncio no sólo no es el final de ETA. Es una oportunidad para recobrar peso político. Y la aprovecharán al máximo sin entregar sus armas, sin disolverse y sin renunciar ni a sus objetivos ni a su pasado. Este es sólo el primer fin de ETA, al que le seguirán otros. Si les resulta útil, volverán a matar. Y entonces, la lágrimas socialdemócratas que han desparramado los socialistas este fin de semana darán paso a las lágrimas de dolor.