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Adolfo D. Lozano

Cómo las farmacéuticas destruyeron la medicina

Hoy, los médicos poseen desgraciadamente una muy pobre instrucción nutricional. En estos años mis lectores me han transmitido opiniones sobre nutrición de sus médicos a veces sorprendentes, cuando no deprimentes.

Si uno decidía ser médico en el siglo XIX o con anterioridad, aparte de las escuelas médicas en funcionamiento, no era infrecuente lograr la titulación médica gracias a recibir parte de la instrucción por medio de correo. Lo cual es entendible en una época donde las distancias eran mucho mayores. Además, había mucha mayor diversidad de materias y disciplinas que estudiar como médico. Dicho de otro modo, tampoco existía una rígida homogeneidad en los programas. Así, por ejemplo, a diferencia de hoy en día, un médico antiguamente solía tener sólidos conocimientos de fitoterapia, botánica o nutrición.

Precisamente por aquel entonces, a finales del XIX, la ya entonces prestigiosa Asociación Americana de Medicina (AMA) decidió que aquella heterogeneidad y libertad académica debía acabar, siempre claro ‘por el bien público’. Con tal propósito creó su Council on Medical Education. Sin embargo, sus miembros no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los estándares obligatorios para ser médico.

A comienzos del siglo XX, Andrew Carnegie y John D. Rockefeller comenzaron a interesarse por las farmacéuticas. Así, Rockefeller estableció en 1901 el Instituto para la Investigación Médica dirigido, entre otros, por Simon Flexner, cuyo hermano era del equipo de la conocida fundación Carnegie. En 1908, Henry Pritchett, presidente de la fundación Carnegie, junto con Abraham Flexner –el citado hermano de Simon– tuvieron una decisiva reunión con la AMA para discutir sobre la pretensión de estandarizar académicamente la profesión médica. La AMA aceptó ser aconsejada por la visión del Carnegie.

Dos años después, en 1910, Abraham Flexner publicó un reportaje en el que abordaba los problemas de la medicina de entonces y que supuestamente ofrecía soluciones indiscutibles. Se trataba, o eso decían, de proteger a los ciudadanos de médicos con una instrucción inadecuada. Como ya podemos adivinar, una de las supuestas soluciones mágicas de Flexner era obligar a los futuros médicos a poner un énfasis mucho mayor en el estudio de farmacología y fármacos.

Sin duda, Flexner y el Carnegie no fueron en absoluto tontos. Pues aquellas recomendaciones venían de quienes podían ganar económicamente más aumentando la influencia de la industria farmacéutica. La implantación, finalmente, de muchas de las medidas del reportaje Flexner se tradujeron en EEUU en el cierre en menos de 30 años de la mitad de las escuelas médicas por no ajustarse, entre otras, a esa devoción hacia la farmacología. Si querías entonces continuar con una escuela de medicina, ¿qué debías hacer? Enseñar farmacología y renunciar a las horas de estudio de nutrición y fitoterapia. Así, todas las escuelas que permanecieron en su interés por la nutrición, la homeopatía y otras disciplinas semejantes acabaron en la bancarrota.

Hoy, los médicos poseen desgraciadamente una muy pobre instrucción nutricional. En estos años mis lectores me han transmitido opiniones sobre nutrición de sus médicos a veces sorprendentes, cuando no deprimentes. Lo más vergonzoso de todo este asunto es que el origen de esta conquista de los médicos por parte de las farmacéuticas fue con la excusa del bien público. Pero, como digo, esto fue y ha sido siempre una excusa. Los verdaderos motivos han sido puramente económicos. Y muchas veces no por, sino a pesar de la salud pública.

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