La semana anterior dejaba caer mi ignorancia sobre el significado de dos expresiones coloquiales, la prueba del nueve y la prueba del algodón. Ambas vienen a significar lo mismo: una prueba tajante, definitiva, sobre la que no caben dudas. La prueba del algodón la hice muchas veces en los años mozos. Recibo docenas de comentarios que especifican cómo se hace y para qué sirve. La verdad, no creo que sea un artilugio útil en la época de las calculadoras y los ordenadores. Sobre todo, porque la famosa prueba del nueve no era del todo precisa. Ya fue un avance la regla de cálculo, que en su día la manejé hasta gastarla. En seguida vinieron las calculadoras, mecánicas primero y luego electrónicas. Ya no hacen falta pruebas. Las multiplicaciones y las divisiones pueden sacar 99 decimales en las calculadoras con entera precisión. Pero seguimos diciendo "la prueba del nueve" como lo más seguro. Es una frase retórica.
En toda medición puede haber un margen de error. Todo depende de la escala. Incluso el experimento reciente sobre la velocidad de los neutrinos, que parece superar la de la luz, es posible que contenga algún error. Y eso que se trata de la Física, la ciencia más exacta. En las pruebas jurídicas ante los tribunales las pruebas son todavía menos precisas, dependen muchas veces del punto de vista del observador. Todos los abogados están interesados en rechazar la culpabilidad de sus respectivos clientes. Es bueno que así sea.
Todavía es más imperfecta la alusión a la prueba del nueve cuando significa que el argumento de uno es el correcto. Lo será o no lo será. Mi experiencia me dice que una de las cosas más difíciles en esta vida es convencer a alguien de que está equivocado. Comprendo por qué hacían santos a algunos predicadores. Sin embargo, en las conversaciones, debates o tertulias partimos de la idea equivocada de que es fácil convencer a alguien de nuestro planteamiento. Así pues, lo de apelar a la prueba del nueve es pura retórica. Qué raro es encontrar a alguien que conteste en una discusión: "Me has convencido" o "Estaba equivocado".
Pues bien, en lo de la prueba del algodón estaba yo en un error. Creía que se trataba de algo relacionado con la balística. Pedro M. Araúz me saca de mi error. Confundía yo la prueba del algodón con la prueba de la parafina. Esa última se emplea en balística para detectar restos de pólvora en un blanco. Supongo que tampoco será precisa al ciento por ciento. Como no lo es la prueba del algodón. Me hacen ver su significado (que yo ignoraba) docenas de libertarios. Se trata de un anuncio de un detergente. Se limpia una baldosa y luego se pasa un algodón para comprobar que no quedan manchas o grasa. Supongo que tampoco es muy precisa esa prueba, pero se sigue diciendo como si fuera algo definitivo, indudable.
Lo más difícil es probar la inocencia de uno en algún asunto penal. Realmente es imposible. Sin embargo, se sigue diciendo muchas veces que Fulano tiene que demostrar su inocencia. Tampoco es que sea del todo fiel demostrar la culpabilidad de un acusado. Precisamente por eso se argumenta que la pena de muerte no debe mantenerse. No hay jueces infalibles, aunque pueden ser más o menos independientes u honrados. Basta con eso. Aun así, las decisiones de los jueces normalmente son recurribles ante una instancia superior. Al final está la instancia suprema de la Historia. Hitler no fue juzgado nunca, pero no me cabe ninguna duda que fue un criminal de tomo y lomo. Lo de la "presunción de inocencia" ahí no rige. En realidad es un sano principio que solo debe regir para los jueces. Ni siquiera la confesión de la propia culpabilidad es una prueba definitiva.