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Adolfo D. Lozano

Los impuestos no causan ataques cardíacos

Por suerte o por desgracia, los impuestos y la presión fiscal no son causa de ataques cardíacos y enfermedad cardiovascular. La grasa saturada y el colesterol tampoco.

¿Quién no se ha lamentado, e incluso indignado, cada ejercicio fiscal o aun en cada nómina, de la enorme presión del fisco? Si es tu caso, no estás solo. Suele decirse que hay dos cosas seguras en la vida: los impuestos y la muerte. De un largo tiempo a esta parte, y especialmente en la sociedad occidental, parece que difícilmente podemos evitar otro mal: la enfermedad cardiovascular. Si observamos las causas de mortalidad de los países desarrollados (véanse los casos de España, Francia, Reino Unido, Alemania o EEUU), la enfermedad cardiovascular es la causa dominante. En concreto, la enfermedad cardiovascular lidera las causas de mortalidad incluso a nivel mundial, con más de 17 millones de víctimas anuales en su haber.

Entonces, si deseamos evitar la enfermedad cardiovascular, ¿qué debemos hacer? Puedo apostar que la inmensa y abrumadora mayoría respondería: reducir el colesterol. Esta idea ha calado tan profundamente, que la creemos tan cierta como que la Tierra es redonda o que en Francia se habla el francés. Pero si observamos con rigor la ciencia, la sabiduría popular moldeada a golpe de recomendación oficial se desvanece rápidamente. Por ejemplo, en la creencia del problema del colesterol nadie parece advertir que en el consejo de reducir y reducir en lo posible el colesterol van implícitos una serie de probables efectos secundarios. Un estudio halló que los pacientes con fallo cardíaco tenían el doble de riesgo de mortalidad con niveles bajos de colesterol comparados con altos. El National Heart, Lung and Blood Institute de EEUU, preocupado por los efectos del bajo colesterol, llegó a organizar una conferencia en la que se concluyó que "existe una evidencia proveniente de una multitud de fuentes que asocia el bajo colesterol con incremento de varios cánceres, infarto hemorrágico, problemas respiratorios y digestivos, y muerte violenta". No hay que olvidar que el colesterol:

.- Es una sustancia de reparación

  • .- Tiene acciones antioxidantes
  • .- Es imprescindible para el correcto funcionamiento hormonal

Parece que la campana de la colesterolfobia empezó a sonar con fuerza hacia los años 60, aplicándose sus promotores y gurúes hasta el punto de dejarnos tan sordos como convencidos. Sobre dos de las piezas centrales en que se cimentó la teoría del colesterol (o teoría de los lípidos), Framingham y los conejos, ya he hablado. Hablemos ahora de otra de estas piezas centrales necesarias para la lobotomización colesterolfóbica: el Six Countries Study. El sesgo principal de este estudio es que pretendía hacer de la correlación, causa. Esto es, cuando cenas por la noche resulta que tu vecino toca la guitarra. Hay correlación, pero ¿hay causa? Nadie diría que tu vecino toca la guitarra porque tú cenas o viceversa. Es decir, no hay relación causal. En Six Countries Study, el célebre rey antigrasas Ancel Keys eligió sabia y selectivamente 6 países donde sabía que habría una correlación: entre consumo de grasa y enfermedad cardiovascular. Se escogieron así EEUU, Canadá, Australia, Inglaterra, Gales, Italia y Japón. Ya en 1957, John Yudkin, uno de los enemigos de la época de Keys y su banda, advirtió lo burdo de pretender confundir correlación con causa.

Siguiendo la lógica de Keys, tomemos el hecho de que tener en Inglaterra y Gales un televisor está correlacionado con el hecho de sufrir enfermedad cardiovascular. Nadie en su sano juicio montaría una campaña nacional para eliminar los televisores para así vencer la enfermedad cardiovascular, ni investigaría si los televisores emiten algún tipo de frecuencias que generan arterioesclerosis. Nadie confunde aquí correlación con causa. Sin embargo, sustituyamos televisores por colesterol o consumo de grasas en algunas regiones específicas, y no tenemos una campaña nacional en marcha, sino cuantas podamos imaginar.

El Dr Uffe Ravnskov hizo una gráfica demostrando la correlación entre impuestos sobre la renta en distintos distritos de Estocolmo con la enfermedad cardiovascular. Si asumiéramos que hay causalidad, diríamos que si cayeran un 10% los impuestos en Suecia, no habría allí enfermedad cardiovascular.

Como ya he señalado en otra ocasión, los estudios de los indios navajos, de los inmigrantes irlandeses a Boston, los nómadas africanos, los granjeros de la Suiza alpina o de los monjes trapistas y benedictinos sugerían claramente que el colesterol no tenía relación con la enfermedad cardiovascular. Keys, por supuesto, negaba valor a esos estudios y repetidamente remarcaba que no se podían extraer conclusiones con poblaciones tan pequeñas. Grandes países como Francia o Suiza echan igualmente por tierra la teoría del colesterol o los lípidos.

En definitiva, por suerte o por desgracia, los impuestos y la presión fiscal no son causa de ataques cardíacos y enfermedad cardiovascular. La grasa saturada y el colesterol tampoco.

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