Quedan aún muchos años para que veamos completadas las cuatro fases del plan norteamericano European Phased Adaptive Approach (EPAA). Así se denomina al escudo antimisiles de Obama, que sustituyó al de su antecesor por ser, en teoría, más flexible, más maniobrable y estar listo para entrar en faena. En la cumbre de Lisboa de 2009 fue ofrecido por los norteamericanos a la OTAN para integrarse en su estructura a un coste relativamente bajo para los aliados, lo que resaltaba su atractivo. Le venía muy bien, sobre todo después de reafirmar en su nuevo concepto estratégico que la proliferación de los misiles balísticos crecía como amenaza para el área euroatlántica, y no sólo para las fuerzas desplegadas en los teatros de operaciones sino también para la población.
El plan está diseñado en cuatro fases. La primera ha comenzado ya con el despliegue de buques AEGIS equipados con interceptores de defensa Standard Missile-3 (SM-3), que podrán moverse de una región a otra, y algunos de los cuales descansarán en Rota. En la segunda se desplegarán 24 interceptores en Rumanía a partir de 2015, seguido de la colocación de otros tantos en Polonia en 2018. Cada una de las fases requerirá interceptores SM-3 más sofisticados y capaces, hasta culminar la última fase que comenzará en 2020 con el despliegue de interceptores contra misiles de rango intermedio e intercontinentales.
¿Y Turquía donde entra? Como España, en la primera fase del plan. Para finales de este año la ciudad de Kurecik albergará un sofisticado radar norteamericano AN/TPY, siendo Turquía responsable de la gestión de la instalación y cincuenta militares norteamericanos de su protección. Una decisión no exenta de polémica nacional y de cierta sorpresa internacional, pues se ha producido en un momento de malas relaciones entre Ankara y Occidente. Sin embargo las negociaciones eran de sobra conocidas, no como en España. Estados Unidos ansiaba convencer a su gran aliado en la OTAN mientras los turcos eran perfectamente conscientes de su importancia geográfica, del potencial de sus fuerzas armadas, y de su creciente papel en Oriente Medio.
En septiembre los turcos accedieron a firmar el acuerdo que, tras ver costes y beneficios, cumplía con sus intereses nacionales. Aunque Turquía evita identificar como amenaza a Irán, teme tanto el desarrollo de sus capacidades como su apoyo a la sangrienta represión que las fuerzas gubernamentales de Siria están llevando a cabo contra la población. Además, seguro que de alguna manera se ha asegurado la paralización de cualquier proyecto del senado norteamericano sobre el "genocidio" armenio, una promesa de Obama durante su campaña en 2008. Ankara también habrá sopesado la idea de mandar, con el nuevo acuerdo, un mensaje sobre la seguridad en los flujos de energía que van hacia Europa pasado por su territorio. Equilibra, además, la creciente idea de su giro hacia Oriente Medio y Asia en materia de política exterior. Con toda seguridad Turquía ha sido un buen negociador. ¿Hizo lo mismo España?