Mariano Rajoy se ha dado un baño de masas en Málaga frente a 3.000 entusiastas delegados, sin apenas ausencias, y el apoyo expreso y simbólico de José María Aznar y Rodrigo Rato, entre otros. Se han sucedido 37 mítines que han hablado de España con una mezcla de denuncia y esperanza y ante una sociedad que no deseaba el cambio con tanta ansia desde 1982.
La estrategia de Rajoy consiste en planear sobre el desastre socialista sin dar pie a ser el centro del debate. Rubalcaba está haciendo una campaña desastrosa para el PSOE. Y le hace la campaña del PP: cada vez que dice que Rajoy hará recortes anuncia lo que muchos españoles esperan y desean que haga el partido que ahora está en la oposición.
Este silencio de Rajoy ha llegado al absurdo este fin de semana. Ni una sola propuesta. Ha pedido que le queramos. Ha exigido que tengamos fe en él. No ha dicho qué hará de llegar al poder, pero ha prometido decirnos la verdad después de las elecciones. ¡No, hombre, dínosla antes, como si creyeses en la democracia que te va a encumbrar como presidente!
Lo más interesante de sus palabras es la mención a Aznar y Suárez como antecedentes. Adolfo Suárez pertenecía a otro partido. ¿Por qué lo menciona, entonces? Mariano Rajoy parece querer formar parte, con esa mención, de una corriente amplia de la derecha más allá de su propio partido. Y eso que el PP, y esa es su gran contribución a la democracia española, ya aglutina al centro y la derecha españolas. Rajoy se coloca así no sólo como líder de un partido, sino como continuador de una tradición política.
Bien es cierto que Adolfo Suárez es el epítome de la derecha descreída de la que habla Jiménez Losantos. También lo es que en la derecha española no todo es deplorable y que merecería la pena recuperar al menos una parte de ella, y apoyarse en esa tradición para regenerar España desde su continuidad histórica.
No se puede regenerar sin ideas. Y aunque no hay pruebas fehacientes de que Rajoy haya tenido alguna en las últimas décadas, tendrá que sostener su proyecto político en algo más sólido que un plato de garbanzos.