Uno de los problemas de la democracia es la calidad de sus políticos. En principio la competencia entre ellos por ganar el favor público debería asegurar el éxito de los mejores. Esto, sin embargo, no es así, porque la política es una mercancía muy distinta de las habituales; porque el votante común ignora el fondo de la mayoría de los problemas sociales y políticos y puede ser engañado por los demagogos; y porque los mismos políticos suelen tener poco de sabios, poca decencia y poco patriotismo (esto último, sobre todo en España). Solo hay que pensar en la pandilla de delincuentes que ha gobernado el país en los últimos siete años. Y digo delincuentes en sentido meramente descriptivo, como he explicado otras veces, no como insulto o desahogo; creo que no saldremos del atasco mientras no llamemos a las cosas por su nombre ("negociación" en lugar de colaboración con banda armada, por ejemplo) y aceptemos que las peores fechorías se presenten con nombres atractivos ("proceso de paz", "memoria histórica" y demás).
No voy ahora a tratar ahora el problema de una selección al revés como la ocurrida en España, aunque cabe advertir que tal posibilidad afecta a cualquier régimen, con la desventaja de la opacidad y falta de alternancia en los no democráticos.
Para evitar que los peores se impongan, oímos a veces la tesis de que los políticos deben estar muy bien pagados, porque ello evitaría tentaciones de corrupción e incitaría a los mejores a la labor política, en lugar de disuadirles. El argumento no resiste la experiencia ni la lógica, y podría invertirse así: unos sueldos bajos, incluso simbólicos, atraerían a quienes tienen verdadera vocación de servicio al país y alejaría a los trepas y oportunistas. Las tentaciones de corrupción son muy fuertes en ese oficio y muy cierto el dicho de que "nunca se gana bastante para ser honrado", máxime cuando predomina en el ambiente social un hedonismo cutre como hoy en España, fomentado precisamente por los políticos. Es un problema realmente difícil que tiene poco que ver con sueldos altos o bajos, aunque en principio debieran de ser decentes.
Así, nuestros políticos están bastante bien pagados, aparte los beneficios colaterales, aun sin corrupción. Pero su trabajo ha consistido en socavar la unidad nacional, la Constitución y el estado de derecho, falsificar la historia, compincharse con los asesinos etarras y sus terminales políticas, llevar al país cerca de la quiebra, crear un clima de irresponsabilidad, inmoralidad e impunidad. Eso se debe a su ausencia de pensamiento político y abundancia de ideologías perversas, y no se corregiría con sueldos mayores. Para ser justos, muchos de ellos debieran ir a la cárcel y otros recibir muy fuertes multas en lugar de generosas pensiones y prebendas por tales "servicios".