Carlos Muñoz Caravaca me pide que aconseje el Diccionario de Casares para comprender bien el significado de las palabras. Francamente, lo veo un poco antigüito. Ha resistido mejor el diccionario de María Moliner. Con todo, el mejor diccionario actual es el de Manuel Seco y colaboradores. Naturalmente, el que tiene más autoridad es el DRAE, pero es demasiado escueto y solo sirve por su carácter normativo. Se completa muy bien con el Panhispánico, también de la Real Academia Española, para resolver dudas. (Entre paréntesis, no es Real Academia de la Lengua, como suele decirse). También es muy útil el diccionario de Ignacio Bosque. Ninguno es tan completo que excluya a los demás. No se puede escribir con un solo diccionario. Yo tengo una habitación llena de ellos. Aunque parezca raro, el que más hojeo es el diccionario de Fernando Corripio, que es de sinónimos. Hay otros de sinónimos, pero el de Corripio es el más manejable. Luego están los diccionarios especializados de términos económicos, taurinos, literarios, etc. Son muy divertidos los de términos soeces o vulgares. Me gusta mucho el de Manuel Alvar para los neologismos actuales.
Juan González-Castelao se refiere a los diccionarios etimológicos. Agradece mucho que algunos estén en la página web de la Real Academia Española. Comprendo que ese formato sea útil, pero no hay nada comparable a hojear y ojear los diccionarios encuadernados. Don Juan asegura que el Corominas es el mejor diccionario etimológico. Solo dispongo de su versión resumida, pero lo encuentro incompleto. Está más al día el diccionario etimológico de Vicente García de Diego. En la práctica es mejor recurrir a un buen diccionario de Latín. El mejor es el de Raimundo de Miguel, editado recientemente como facsímil. Reconozco mi debilidad por el diccionario etimológico de Barcia, escrito hace más de un siglo, con muchas lagunas, pero francamente original. La Etimología no es una ciencia muy precisa, pero, por eso mismo, resulta muy atractiva. En cuestiones lingüísticas la precisión no es el supremo valor. Se antepone la curiosidad, que es lo que caracteriza al diccionario de Barcia. Se acerca más a una enciclopedia. Si atendemos a la curiosidad y la gracia, el diccionario más apetitoso es el del erotismo de Camilo José Cela. Una cosa queda clara, el Google resulta utilísimo, pero no puede sustituir a toda esa panoplia de diccionarios escritos.
Los diccionarios no son solo obras de consulta o para resolver dudas o etimologías. Se pueden leer por sí mismos como una forma de entretenimiento. Hay dudas que no las resuelven los diccionarios, ni siquiera las gramáticas más completas. Por ejemplo, en la reciente Gramática de la RAE se trata extensivamente la cuestión del laísmo, el leísmo y el loísmo. Pues no hay forma de que la cuestión quede clara. A este propósito Juan Álvarez me dice que lo tiene fácil: que el "le" se utiliza para personas y el "lo" para cosas. Nada de eso. La norma más fiel es el "le" para el complemento indirecto y el "lo" para el directo. Por ejemplo, al último libro de Jesús Laínz "le puse el prólogo", pero a Jesús "lo" conocí en Santander. Aun así, no estoy seguro de que el ejemplo citado sea correcto. A mí me interesa el habla, no tanto la corrección del idioma, esto es, su carácter normativo. Por eso digo que el leísmo se mantiene en muchos lugares de España (parte de Castilla, Santander y Madrid) y se extiende ampliamente por Hispanoamérica. La tendencia es a esa ampliación. Se puede comprobar en los titulares de los periódicos españoles. El asunto no es de diccionarios o gramáticas, sino de uso. Al final, se va a generalizar la norma que aduce don Juan. No es la que prescribe la Real Academia sino la que acaba imponiendo el habla real. Ya sé que los libertarios gramáticos me van a criticar, pero digo lo que pienso. Además, aquí estamos para discutir, en el doble sentido del término (véase el DRAE).