El yerno
Si la Monarquía goza de algún prestigio en España es porque no cabe esperar de ella las fullerías que estamos obligados a soportar de nuestros políticos, entre los que habría que escoger a uno para que presidiera una hipotética república.
A los españoles nos pasa con la monarquía lo que a Catulo con Clodia Pulcher, que Odi et amo y no terminamos de saber por qué, pero así es. En 1931, nos acostamos monárquicos y nos levantamos republicanos. Luego, nos han querido convencer de que los monárquicos se opusieron al régimen de Franco. No digo yo que alguno de los pocos que hubo no lo hiciera, pero todos deberían reconocer que España es hoy una monarquía porque Franco quiso que lo fuera, no porque los españoles sintiéramos una pulsión irrefrenable hacia ella. Muchos de los que quieren conservar la unidad de España, que son cada vez menos, creen que la vieja institución es garantía de esa unidad. Otros, de una forma más instintiva que reflexiva, simplemente creen que la monarquía es menos mala que la república. El caso es que hoy somos tan monárquicos que reconocemos como reyes a los padres del actual rey simulando que reinaron cuando, para bien o para mal, nunca lo hicieron. Mañana, chi lo sa?
Apenas hay socialistas que no estén dispuestos a discutir civilizadamente si Felipe González impulsó el terrorismo de Estado, ni casi conservadores que no quieran debatir acerca de si Aznar fue un bruto que nos arrastró a una guerra ilegal. Pero, ay amigo, métase usted con el rey y le saltarán a la yugular un buen manojo de airados ciudadanos dispuestos a no consentirle, por las buenas o por las malas, decir ni una palabra más.
De esta forma, la constitucional irresponsabilidad del rey, perfectamente justificada por su inviolabilidad, se entiende aquí como una suerte de impunidad que ha de alcanzar no sólo a su persona, sino a su familia e incluso a su círculo íntimo. En los grandes negocios de dudosa legalidad ha sido recurso corriente entre nuestros empresarios próximos al poder político, involucrar al rey con el fin de verse protegidos por esa supuesta impunidad. Que don Juan Carlos haya tenido más o menos acierto en mantenerse alejado de este tipo de personajes es harina de otro costal.
Por el Juzgado de Instrucción número 3 de Palma, que investiga los escándalos que envuelven al Instituto Nóos de Iñaki Urdangarín, ha pasado todo el mundo que tiene alguna relación con ellos, incluidos importantes políticos, menos el duque de Palma. Y no será citado salvo que las pruebas contra él sean brutalmente abrumadoras, beneficio del que no gozan el resto de los españoles que pudieran verse envueltos en un procedimiento judicial.
Si la Monarquía goza de algún prestigio en España es porque no cabe esperar de ella las fullerías que estamos obligados a soportar de nuestros políticos, entre los que habría que escoger a uno para que presidiera una hipotética república. Si quiere conservar el que le queda, don Juan Carlos tiene que atajar el asunto poniendo a su yerno fuera de ese paraguas que los españoles nos hemos empeñado en poner encima de su regia cabeza. Todavía está a tiempo.
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