Un día en la vida de un líder progresista
La jornada comienza muy temprano para el ungido izquierdista. En la cocina del moderno adosado de la mejor zona residencial del extrarradio y bajo un poster enmarcado del Che Guevara.
Ser de izquierdas con carácter profesional es un trabajo muy exigente. No por el horario, claro, porque al contrario de lo que se exige a las empresas privadas y sus trabajadores, a los que se prohíbe taxativamente cualquier modelo contractual ajeno a la férrea dictadura del convenio colectivo, el líder izquierdista goza de una flexibilidad absoluta para organizar su vida laboral y familiar.
La jornada comienza muy temprano para el ungido izquierdista. En la cocina del moderno adosado de la mejor zona residencial del extrarradio y bajo un poster enmarcado del Che Guevara, la sirvienta, ciudadana inmigrante a la que algún día habrá que dar de alta en la seguridad social (pero hoy no... mañana), sirve el café y el desayuno para los niños, todos repeinados y con el uniforme del mejor colegio privado de la zona. Porque los niños obviamente no van a la escuela pública; ni siquiera a un colegio concertado, que esos los suelen manejar los curas y no es cuestión de que le metan a las criaturas en la cabeza conceptos morales ajenos a la ciudadanía progresista. Privado, privado, de esos que garantizan la mejor preparación para afrontar la experiencia universitaria que, ocioso es decirlo, realizarán también en una institución privada, preferiblemente anglosajona, por aquello de los idiomas.
Acabado el desayuno, el dirigente izquierdista monta a la familia en el coche, un todo terreno de gran cilindrada, de esos que están acabando con el medio ambiente lanzando gases de efecto invernadero a mansalva. Primero hay que dejar a los niños en el colegio y después a la señora en el centro oficial donde trabaja de asesora contratada a dedo a razón de cuatro mil euros mensuales. A continuación, nuestro héroe llega al "partido" o al "sindicato", donde pasará la mañana defendiendo a la clase trabajadora de los embates del capitalismo.
El resto del día es un ajetreo vertiginoso. En primer lugar hay que organizar las manifestaciones contra los recortes educativos de la derechona. Es cierto que es el PSOE el responsable de los únicos recortes en el sueldo de los docentes, pero ZP es de los nuestros, qué coño, y si lo ha hecho ha sido por imposición de "los mercados", los mismos entes sospechosos a los que nuestro izquierdista imaginario confía sus finanzas, pues sus ahorros los tiene todos repartidos en varios fondos de inversión.
Por la tarde toca manifa violenta frente a un hospital que va a ser visitado por un alto cargo de la derechona, lo que le recuerda a nuestro protagonista que tiene que pedir cita en la clínica privada en la que suele pasar una revisión anual por cuenta del partido o el sindicato.
Ya en casa, la sirvienta a la que un día habrá que legalizar baña a los niños y sirve la cena a la feliz familia. Con las criaturas ya en la cama, el matrimonio disfruta de una velada tranquila viendo la programación de La Sexta. El Che Guevara les observa desde un flanco del salón. Mientras suben al dormitorio, nuestro protagonista rumia para sus adentros "y que haya todavía quien dice que la izquierda lo ha hecho mal estos siete años..."
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