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Gina Montaner

Cuestión de piel

El director manchego no atraviesa su mejor momento. Basta con repasar sus últimos filmes. Salvo la refrescante Volver, la mayoría ha decepcionado por no estar a la altura de su etapa más sobresaliente.

El estreno de La piel que habito, la nueva película de Pedro Almodóvar, confirma que el director manchego no atraviesa su mejor momento. Basta con repasar sus últimos filmes. Salvo la refrescante Volver, la mayoría ha decepcionado por no estar a la altura de su etapa más sobresaliente. Una época que comienza a sentirse tan lejana como los tacones de algunas de sus inolvidables protagonistas.

El anterior filme de Almodóvar, Los abrazos rotos, ya adolecía de un guión muy endeble y de una torpe explotación del melodrama, agravado por las débiles interpretaciones de un elenco que parecía perdido en el laberinto de unas pasiones que se le han desinflado al cineasta. Ahora uno recuerda con nostalgia algunas de sus obras más redondas como Átame, Qué he hecho yo para merecer esto o Mujeres al borde de un ataque e nervios.

A partir de una novela del autor francés Therry Jonquet, en esta ocasión Almodóvar incursiona en el género del terror gótico dentro de la tradición del mito de Frankestein. Sin embargo, en ningún momento el espectador se pierde en una historia que gira en torno a los peligros éticos que rodean a las manipulaciones transgénicas en el ámbito científico. Se trata del viejo dilema de quien juega a ser Dios y en el intento se tropieza con el infierno que ha construido.

Antonio Banderas interpreta a un alter ego del Víctor Frankestein que creara Mary Shelley, en busca de la reencarnación perfecta tras secuestrar el cuerpo -pero no el alma- de una víctima condenada a ser conejillo de indias. Desde el principio, y a pesar de unos saltos narrativos mal hilvanados y que se prestan a la confusión, se vislumbra que el retorcido experimento saltará por los aires.

En una época de vertiginosos avances científicos donde se multiplican las replicantes ovejas Dolly, La piel que habito podría haber resultado atractiva por la disyuntiva que plantea, pero a la cinta le falta piel para envolver y darle textura a unos esquemáticos personajes que no acaban de provocar emociones fuertes en el público.

Es inevitable preguntarse en qué momento alguien tan talentoso como Almodóvar se extravió en una irritante obsesión por el diseño, los encuadres preciosistas y una banda sonora omnipresente, que son más una molesta distracción que un vehículo de inmersión en la trama. Abundan en el filme decorados que parecen el capricho de un nuevo rico, empeñado en engalanar la mansión con un interiorista de vanguardia. Finalmente uno está más pendiente de los detalles propios de un fashion victim, que de las claves que nos hagan comprender los motivos que llevan al siniestro médico a desarrollar un amor fou con su ratón de laboratorio.

Hace mucho que Almodóvar se propuso ser un cineasta "serio", más cercano a los dramones de Douglas Sirk que a aquellas comedias entre castizas y freakies que tan bien retrataron el Madrid alocado de los años de "La Movida". En el camino, a aquel joven que arrasó con Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón, se le ha espesado su deliciosa vena frívola a cambio de una profundidad que le sale impostada y ajena a sus virtudes innatas para el sainete contemporáneo.

La cuidadísima factura de La piel que habito no la salva de lo peor que puede suceder en el cine: que te deje frío lo que ocurre en la gran pantalla. Será que es cuestión de piel.

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