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Amando de Miguel

Apuntes sobre la retórica actual

Una manía del futuro presidente Rajoy es meter el “yo” convenga o no a la frase. Puede ser una influencia del que está estudiando inglés. En esa lengua es imprescindible poner el pronombre delante del verbo para que la frase se entienda.

La retórica cotidiana, preferentemente la de los hombres públicos, no consiste solo en aportar nuevos vocablos. Muchas veces lo retorcido o retórico consiste en dar preeminencia a un significado sobre otro. Por ejemplo, la voz "conllevar" ya no se utiliza en su sentido original de "aguantar, soportar" sino en el de "suponer". Hoy no se entendería la frase de Ortega y Gasset: "el problema catalán hay que conllevarlo" (cito de memoria). Hay una palabra poco usual, "camastrón", cuyo primer significado es algo así como persona astuta, taimada, traicionera. Pero ahora priva otro, popularizado por Carlos Herrera: el que está todavía en la cama cuando el famoso presentador empieza su programa mañanero. La voz "horizonte" ha perdido su sentido paisajístico; ahora significa cualquier cosa solemne: futuro, objetivo, desiderátum.

El habla española es apodíctica. Hay que hablar con seguridad. De ahí lo bien que queda acompañar el discurso con los "absolutamente", "de ninguna manera", "esto te lo digo yo", "no hay más que hablar", etc. Para los hispanoamericanos el lenguaje de los españoles (con la excepción de los canarios) es seco, cortado, hosco a veces. Ahora se añade el exceso del pronombre "yo", que solo se necesita cuando no está claro el sujeto. Por ejemplo, basta decir "viajo", no necesariamente "yo viajo", salvo que se quiera hacer notar que los otros no viajan. Una manía del futuro presidente Rajoy es meter el "yo" convenga o no a la frase. Puede ser una influencia del que está estudiando inglés. En esa lengua es imprescindible poner el pronombre delante del verbo para que la frase se entienda.

Hay neologismos un tanto caprichosos. Por ejemplo, "homófobo". Literalmente, quiere decir el que odia a sus iguales. Realmente, en la parla actual, significa el que odia a los homosexuales y, en ocasiones, el que no es homosexual. La confusión es que "homo" en latín es "hombre" y en griego "igual".

Naturalmente, el diccionario provee de adjetivos para todos los gustos, para cualquier ocasión. Pero hay algunos que se ponen de moda, que son una especie de comodín, pues significan cualquier cosa. Por ejemplo, "tremendo" (no se sabe si es bueno o malo), "importante" (no se sabe a quién importa), "emblemático" y algunos más.

Los nombres de las ciencias, puestos en minúscula, dan mucho de sí. Por ejemplo, la "química" puede equivaler al buen entendimiento entre las personas. La "óptica" es el punto de vista. La "anatomía" equivale al cuerpo femenino atractivo. El adjetivo "antropológico" se ha desgastado mucho al indicar algo relacionado con la personalidad. Por ejemplo, "optimismo antropológico". El prestigio del lenguaje náutico lleva a que se extienda en la vida diaria de forma metafórica. Por ejemplo, "hoja de ruta", "navegar" (utilizar la internet), "calado" (trascendencia, importancia), "golpe de timón". El oficio de ebanista también da mucho prestigio a la vida pública. Así, la opción realista en un conflicto es "salvar los muebles". Los negociadores y tertulianos todo lo "ponen sobre la mesa". El análisis de cualquier problema especifica las "patas" que tiene la hipotética mesa. La "mesa" es la directiva de cualquier negociación.

Como puede verse, el lenguaje corriente y público es sumamente retórico. Todo es analogía y metáfora. También es curioso que "llamar a las cosas por su nombre" constituya un acto de valentía.

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