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Pedro de Tena

Diez años ya

Era una matanza de civiles inocentes. No era la primera. Seguramente no fue la última. Pero fue la primera que generó la indignación, el miedo y la desesperanza de todo el Occidente reflexivo.

Lo decía mi madre: "Cuando cumplas los cuarenta, el tiempo se echa a correr". Pues sí, tenía 50 años cuando los terroristas más terribles de la historia bombardearon con los pasajeros de dos aviones cargados de gasolina las torres del WTC de Nueva York. Eran las tres y un poco de la tarde. No he podido olvidarlo. Me llamó mi hermana desde Jerez de la Frontera para decirme lo del accidente. A los pocos minutos, otro avión y la otra torre, es decir, no era un accidente ni un incidente. Era una matanza de civiles inocentes. No era la primera. Seguramente no fue la última. Pero fue la primera que generó la indignación, el miedo y la desesperanza de todo el Occidente reflexivo. Los hombres no somos buenos por naturaleza. Es posible que seamos lobos contenidos por la larga mano del Estado. Con una diferencia: hay lobos capaces de suicidarse con tal de alimentar los delirios de su manada. Eran lobos religiosos, con la potencia espiritual de aquellos primeros mártires cristianos que cantaban ante las fauces de los leones. Todo tenía que cambiar. 

Lo primero que surgió como una luz inesperada fue el que muchos creían fantasma ceniciento de la religión, en este caso, bajo el aspecto del islamismo enloquecido e incapaz de evolucionar como sí lo ha hecho el cristianismo. Creo que fue Camus el que no se resignaba a que un cristiano lograra sacrificarse por los demás a mayor nivel y hondura que un ateo. Las ideologías derivadas de la revolución francesa se creyeron capaces de enterrar la fe religiosa, una "alienación". El comunismo, aplastado por el muro de Berlín con la piqueta de Juan Pablo II, había demostrado que había un error en la ecuación. El 11-S fue el experimentum crucis de que "lo religioso" podía ser motor de grandes acontecimientos en la historia del siglo XXI. De hecho, aceleró el renacimiento de un cristianismo anestesiado por sus complejos. Sí, sí. Estaban los grandes Estados y sus armas, las poderosas factorías de ciencia, las influyentes agencias creadoras de opinión... Pero el sentido de la vida, la pregunta por los fines y la cuestión de los otros, del prójimo, se cocía y se cuece en las religiones. Leyes no son lo mismo que valores. Repásese el debate Habermas-Ratzinger (un tontito para algunos izquierdistas estúpidos) sobre los fundamentos religiosos, que no ilustrados, de la democracia. 

Lo segundo que apareció como una luz intensa fue la civilización occidental como un todo, aportando ciencia, riqueza, democracia y convivencia en su interior, a pesar de sus gravísimos conflictos internos de los siglos XIX y XX, y a pesar de sus traiciones íntimas El ataque perpetrado había sido contra todo Occidente, como se fue comprobando más tarde. Occidente, que había considerado al resto del mundo sólo como depósito de riqueza, debía considerarlo ahora como destino de su "ciudadanía", como copartícipe de su bienestar y codepositario de unos valores comunes. Desde Occidente, la democracia y su cristianía, como radiación ética de fondo, y pese a sus defectos, es el único método por el que los hombres pueden dejar de ser lobos los unos para los otros y convivir en paz y en justicia. Frente al terrorismo de unos fanáticos y las crueles dictaduras que son capaces de construir, sólo queda como alternativa vital y más creadora la democracia, con su carga preciosa de religiosidad, esto es, individualidad, libertad, esperanza, derecho, ciencia y cultura.

El futuro no está escrito, pero si no lo escribimos nosotros mismos, otros lo harán.

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