La culpa de todo es de la derecha
La lección que deben sacar Piñera y Mariano Rajoy de las protestas en Chile es que la izquierda, al menos ‘esta’ izquierda, jamás aceptará a otros Gobiernos que no sean los suyos.
El centro-izquierda ha gobernado Chile entre 1990 y 2010, los diez últimos años con dos presidentes socialistas. ¿Y de quién es la culpa del estancamiento económico, la brecha social, la delincuencia, la quiebra de empresas y el atasco del sistema educativo? Pues del presidente Sebastián Piñera, que lleva veinte meses en La Moneda.
En enero de 2010, Piñera derrotó al candidato de la Concertación por más de tres puntos de diferencia. El militante de Renovación Nacional y candidato de la Alianza por Chile tomó posesión de su cargo en marzo siguiente, con el país conmocionado por el terremoto. En su programa figuran como compromisos destacados la promoción de la educación, la disminución de las desigualdades y el impulso a la economía.
En los primeros meses de Piñera, los chilenos asistieron al rescate de los 32 mineros atrapados bajo tierra, a la reconstrucción del país, a la recuperación del crecimiento económico a tasas chinas, al ingreso efectivo en la OCDE... y a la aprobación de las ampliaciones de derecho individuales, una moda exportada por Zapatero a América. En Chile rige el divorcio, y Piñera quiere regular las uniones de hecho para quienes no están casados.
En esta situación de bonanza y derechismo ‘con sentimientos’, en mayo estallaron una serie de protestas de estudiantes de secundaria y de universidad que se extendieron por todo Chile. A la cabeza de ellas, Camila Vallejo, militante del Partido Comunista (cuyo candidato a la presidencia sacó un 6%), presidenta de la Federación de Estudiantes. El presidente y sus ministros, desconcertados por la presión, la han recibido y han admitido negociar con ella sus exigencias, que se resumen en la consigna de expulsar la acción privada de la educación y volver al estatismo.
En 2006, bajo Michelle Bachelet, también hubo protestas, lo que no impidió que la líder socialista acabase su mandato con la más alta popularidad que ha tenido nunca un presidente chileno. La diferencia entre entonces y ahora es la actitud de la oposición.
En las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2009, el Partido Socialista sufrió un batacazo mayúsculo, ya que no pudo rentabilizar la popularidad de Bachelet. Primero, el candidato de la Concertación a la presidencia fue un democristiano, el ex presidente Eduardo Frei y se presentó otro candidato salido del PS, Marco Enrríquez-Ominami; y segundo, los resultados a la Cámara de Diputados mantuvieron al socialismo como quinto partido, con el 10% de los votos.
Ante la crisis social, la respuesta de la izquierda ‘democrática’ ha sido echar gasolina: lo mismo que cabe esperar del PSOE del candidato Rubalcaba y Zapatero (todavía su secretario general) si sufre la derrota que auguran las encuestas. Después de su último congreso, celebrado en mayo, pocos días antes de que comenzasen las protestas, el PS chileno ha pedido una asamblea constituyente, como si hubiesen copiado el programa de Hugo Chávez o Rafael Correa para la revolución. En 2005, la Concertación consiguió que la derecha participase en una reforma de la Constitución, que entre otras cosas sustituyó la firma de Pinochet por la del presidente socialista Ricardo Lagos. Una vez aprobada, Lagos dijo que el nuevo texto "expresa la unidad de todos los chilenos". Seis años después, la Constitución no les vale a los socialistas chilenos. ¿Qué ha cambiado entre la alegría de Lagos, gran amigo de Felipe González, y la indignación de hoy? Que los socialistas han perdido, por voluntad de los chilenos, el poder al que se habían acostumbrado.
La lección que deben sacar Piñera y Mariano Rajoy de las protestas en Chile es que la izquierda, al menos ‘esta’ izquierda, jamás aceptará a otros Gobiernos que no sean los suyos. A los okupas, les dará palos hasta que les devuelvan las llaves de los palacios que consideran sus viviendas.
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