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Eva Miquel Subías

Y ella, intocable, acabó por dejarse acariciar

Los nacionalistas catalanes y por supuesto los vascos han puesto el grito en el cielo. Inicio de un proceso recentralizador, apunta la prensa catalana. ¿Tanto les interesa ahora la Constitución española?

Así es. Y a poco de cumplir los 33. En público y por dos de sus principales cortejadores. Nuestra Carta Magna se destapa.

Supongo que no me quedaba más remedio que iniciar de este modo las palabras de hoy, todavía impactada por la entrevista a Ted Cohen, al parecer un filósofo de la metáfora, cuyo titular de La Contra de La Vanguardia recuerdo con nitidez: "Supuramos metáforas: por eso somos humanos". Pero me quedo con su afirmación de que ésta acaba siempre muriendo para engendrar un sentido literal.

Las dos principales formaciones políticas españolas han acordado reformar nuestra Ley de leyes con el objetivo de incorporar el principio de estabilidad presupuestaria. Correcto hasta aquí. Intacta y pura hasta ese momento, nuestra Constitución es ahora más accesible que antes. Y ¿por qué? Cuestión al más puro estilo Mourinho o Duran i Lleida.

Si tan sólo bastaba con fijar unas condiciones presupuestarias mediante una Ley, como se ha venido haciendo hasta el momento, una servidora llega irremediablemente a las siguientes conclusiones.

Convertir en principios constitucionales conceptos como equilibrio presupuestario y el límite al endeudamiento público significa dotarles de un mayor contenido político. Se matan así varios pajaritos al mismo tiempo. Un guiño a los mercados, una caída de ojos a Angela Merkel y un mensaje a los españoles de que ya somos mayorcitos y nos podemos entender.

Los populares, satisfechos. Mensaje tranquilizador a la población al tiempo que ven reflejados algunos de sus postulados económicos básicos. Y los socialistas pueden seguir navegando en sus artificiales lagos de incoherencia aunque el colorido televisado sea vistoso. Ahora bien, Alfredo Pérez Rubalcaba es quien se tiene que tragar los sapos de esos charcos, ya que José Luis Rodríguez Zapatero anda bastante ocupado en procurar limpiar un pelín su imagen de improvisador, chapucero y saltador de vallas electorales.

Los nacionalistas catalanes y por supuesto los vascos han puesto el grito en el cielo. Inicio de un proceso recentralizador, apunta la prensa catalana. ¿Tanto les interesa ahora la Constitución española, a la que tantas y tantas ocasiones han castigado con su indiferencia?

Duran i Lleida tenía que salir en la foto y lo consiguió, pero sus afirmaciones son de un cinismo demasiado evidente. Ni siquiera él mismo se ha puesto a tono con aquello de que la reforma significa "una ruptura del proceso constituyente". No fotem, Josep Antoni, no fotem.

Proceso estatutario, ausencia de libertad para elegir la lengua en la que tu hijo será educado y las permanentes pedorretas a la Norma Suprema ya casi olvidadas del más que olvidable y letal tripartito hacen suponer que nuestra querida Constitución no llegó al baile en un estado demasiado virginal.

Aunque la vía escogida no me parezca la más idónea en estos momentos, por innecesaria, aún creyendo firmemente en la exigencia de un absoluto compromiso con una estabilidad presupuestaria tanto para la Administración General del Estado, como para las Comunidades Autónomas y corporaciones locales, estoy de acuerdo con Zapatero cuando apunta con aires de estadista mientras precisa de un traductor de lengua portuguesa para con su homólogo del país vecino, aquello de que "la reforma va a dar y está dando resultados positivos para la confianza, la estabilidad y el futuro de la credibilidad de España".

Lástima que haya estado ella sola y desamparada esperando en vano durante estas dos tediosas e interminables legislaturas.

En España

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