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Carmelo Jordá

Envidia de la fe

Si es cierto que la Fe es un don de Dios, he de decir que tras estos cuatro días es un don que todavía envidio más que antes: está claro que es una herramienta poderosa que te hace ser más libre.

Más allá de los incidentes causados por un grupo de salvajes consentidos por el Gobierno; más allá de la constatación de que, pese a encontrarse supuestamente en franca retirada, la Iglesia tiene una capacidad de convocatoria que para sí quisieran muchas instituciones más "de moda"; lo que más me ha llamado la atención de la JMJ es la alegría de los peregrinos, la felicidad que transmitían.

Centenares de miles de personas fuera de sus hogares, a muchísimos kilómetros de sus casas, moviéndose en grandes grupos, encontrándose (al menos algunos) con un ambiente de increíble hostilidad y, para colmo, en unos días de calor sofocante en Madrid...

Todo un polvorín si en lugar de la JMJ estuviéramos hablando de casi cualquier otro tipo de evento: seguro que no hablaríamos de esta placidez y este civismo si se hubiese tratado de un festival musical o de cualquier tipo de reunión reivindicativa, y eso aunque con toda seguridad no habrían convocado a tantas personas.

Y es que, mientras los enemigos de la Iglesia, que en nuestro país suelen ser también enemigos de la libertad, nos hablan de una vida prácticamente destrozada por el sentimiento religioso, que nos arrastra indefectiblemente al oscurantismo y al terror, los jóvenes de la JMJ viven su religión como una fiesta, una fiesta que no les hace peores sino mejores.

Mejores y capaces de enfrentarse a una sociedad que rema abrumadoramente en su contra, en la que los modelos que se les proponen desde todos los ámbitos (el mundo del entretenimiento, desde luego, pero también la educación y, sobre todo, los poderes públicos) son exactamente lo contrario al reto moral y vital que el Papa les ofrece.

Un reto que, en definitiva, les sitúa muy lejos de cómo se supone que deben ser los jóvenes del S XXI: perezosos, buscadores de placer a corto plazo, con muchos derechos pero sin ninguna responsabilidad.

Se pregunta uno qué distingue a éstos y, entre chicos y chicas llegados de todos los puntos del mundo, con diferentes niveles de ingresos y educación, sólo encuentro una cosa: la Fe y la voluntad de vivirla.

Si es cierto que la Fe es un don de Dios, he de decir que tras estos cuatro días es un don que todavía envidio más que antes: está claro que es una herramienta poderosa que te hace ser más libre, dejarte influenciar menos por lo políticamente correcto y salir del fácil camino marcado.

Y encima sin necesidad de asambleas ni, sobre todo, de insultar al prójimo y sin tratar de imponer por la fuerza tus propias fobias y filias.

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