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Emilio Campmany

Inhóspito corazón

¿para esto necesitamos a las Cortes Generales y diecisiete parlamentos regionales? ¿Para que se pongan todos a aplaudir como procuradores cuando hagamos las reformas que nos impongan dos potencias extranjeras?

Dicen que en lo que ha estado peor Zapatero ha sido con la economía. No es verdad. Comparado con otros ámbitos, el económico no puede decirse que haya salido mal librado. Cuando hubo dinero, no se atrevió a socializar aun más la economía, y cuando dejó de haberlo ya no pudo hacerlo. No es en eso donde ha perpetrado los peores estropicios. Donde sí que ha sido letal es en política exterior. Ahí sí que padeceremos su herencia durante años, si no lustros.

Dejemos aparte la retirada de Irak, algo de lo que él es responsable sólo en parte porque, para bien o para mal, con esa decisión no hizo otra cosa que darle gusto a la mayoría de los españoles. Lo gordo fue lo que él llamó "la vuelta al corazón de Europa". Un bonito eufemismo éste tras el que se esconde una política consistente en hacer lo que Francia y Alemania acuerden. Naturalmente, el leonés de adopción nunca condicionó tal apoyo a que lo acordado fuera de interés para España. Zapatero proclamó el dogma de que lo que pactaran Francia y Alemania era bueno para Europa y que lo que era bueno para Europa era bueno para España.

La actitud de nuestro Gobierno llega a tal grado de servilismo que, cuando Merkel y Sarkozy proponen imponer reformas constitucionales para que los Estados miembros no puedan superar determinados límites de gasto público, Zapatero y Salgado aplauden hasta hacerse daño en las manos y se felicitan de que al fin Europa tome cartas en el asunto y, si se quejan de algo, es de lo mucho que han tardado en hacerlo. ¿Cómo puede aplaudir un Gobierno una reforma constitucional impuesta desde fuera y no ser él quien trate de sacarla adelante? Una de dos, o la reforma conviene, y debería ser el Gobierno quien la promoviera, o no conviene, en cuyo caso habría que rechazar su imposición. Lo que no tiene sentido es que el Gobierno se ponga a dar saltos de alegría porque desde fuera le obliguen a hacer una reforma que se supone que él no quiere emprender ya que, si la quisiera, ya la habría iniciado. A Zapatero y a Salgado les ha faltado decir, parafraseando a Groucho Marx, que no les gustan los gobiernos donde gobierna gente como ellos.

¿Y para eso necesitamos a las Cortes Generales y diecisiete parlamentos regionales? ¿Para que se pongan todos a aplaudir como procuradores cuando hagamos las reformas que nos impongan dos potencias extranjeras? Estos socialistas no es que no tengan sentido del Estado, es que ni siquiera son capaces de disimular haciendo las reformas que nos van a obligar a hacer antes de que sea obvio que las hacemos porque nos obligan a hacerlas.

¡Toma vuelta al corazón de Europa! Por lo menos nos cabe el consuelo de que, a diferencia de los peruanos, sabemos perfectamente cuando se jodió España: cuando este incompetente ganó las primeras elecciones generales.

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