Diógenes de Sínope aseguraba que el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe. En estos últimos días, y al hilo del debate económico, los miembros del Tea Party en el Congreso han sido insultados como "terroristas", "secuestradores", "wahabistas"... Los insultos proceden de comentaristas en medios favorables a Obama: Chris Matthews, Margaret Carlson, Tina Brown, Thomas Friedman, Paul Krugman... Y lo mismo de congresistas del Partido Demócrata (Mike Doyle, Hank Johnson...) y hasta del propio vicepresidente Joe Biden. Al insulto, además, añaden la injuria.
El Tea Party nació como movimiento ciudadano heterogéneo y con la voluntad de restaurar en EEUU sus principios fundacionales: vida, libertad y búsqueda de la felicidad, así como un gobierno limitado que vele, entre otras cosas, por la responsabilidad fiscal y el libre mercado. El llamado caucus del Tea Party en el Congreso, establecido sobre todo a raíz de las intermedias de noviembre de 2010, incluye a sesenta congresistas y cuatro senadores, todos del GOP. La gran mayoría de sus miembros votaron en contra la ley que finalmente aprobó el Congreso sobre el techo de deuda. La misma ley que, según Gallup, sólo apoyan el 39% de los norteamericanos.
Se ha repetido estos días en varios medios que el gran vencedor del debate sobre el techo de la deuda norteamericana ha sido el Tea Party. La realidad no es tal y aunque el debate tomó la positiva dirección del control del gasto gracias al Tea Party, la ley aprobada resulta negativa. No hay aquí victoria moral que valga y aunque el Tea Party debe sentirse orgulloso por haber mostrado el estado de bancarrota económica en EEUU, su fuerza es limitada ahora mismo ante la burocracia adicta al gasto de demócratas, republicanos y especialmente de la Casa Blanca.
El sentir real del Tea Party es que el pacto de la élite política de Washington es un insulto a los ciudadanos. De We The People estamos pasando al We The Stupid. Tal es el sentir de los muchos norteamericanos de a pie y de los líderes del Tea Party, léase Michele Bachmann, Jim DeMint o Rand Paul. El insulto radica en que la nueva ley eleva inmediatamente el techo de deuda en 2,1 billones de dólares al tiempo que dice recortar sólo 1 billón en diez años. Sin embargo, el aumento real de la deuda será de más de 8 billones de dólares si consideramos el llamado baseline budgeting, un método que usa los niveles de gasto existentes como base para establecer futuras peticiones de gasto. El truco está en que con este acuerdo el Gobierno podrá gastar hasta 10 billones de dólares más en ese periodo.
La nueva ley tampoco realiza ninguna reforma estructural en los programas de Medicare, Medicaid y Social Security, que están en bancarrota. Se crea además un dudoso supercomité que no recortará gasto real y que tampoco tocará ninguno de los citados programas, pero sí otros de defensa y seguridad nacional. Por si fuera poco, la enmienda constitucional de equilibrio presupuestario se queda en el furgón de cola y con escasas o nulas posibilidades.
El trasfondo político mirando a 2012 es que la demonización del Tea Party ha sido una exitosa estrategia de la izquierda política para hacernos creer que el Tea Party y el GOP ganaron esta batalla, cuando tal no es el caso. Los insultos hicieron creer a los moderados y centristas del GOP que el pacto era bueno para ellos. Cuando tenían a Obama y a los demócratas contra las cuerdas, los republicanos se precipitaron en un acuerdo de consenso que será (al tiempo) una ruina para el pueblo norteamericano. Obama se quita de encima así y hasta después de las elecciones de 2012 el espinoso asunto del techo de deuda. Y si la economía sigue mal, tendrá la coartada de culpar al GOP.