Un premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, se ha acercado a una asamblea de los del 15-M, en el Retiro, y les ha alentado a que insistan en sus reivindicaciones, entre las que ocupa un lugar importante que los mercados no dicten sus normas al margen de los intereses de los ciudadanos. Es obvio que para los organizadores de estas protestas –que, paradójicamente, gritan eslóganes contra todo el sistema institucional, pero no piden la dimisión del Gobierno de la nación– tiene que haber sido una inyección moral la visita del Nobel.
Nadie reste importancia, por otro lado, a la visita del Nobel, porque fuera invitado por un grupo de doctorandos de la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense, que participaron en un curso de verano en San Lorenzo de El Escorial, en colaboración con la Fundación Ideas del PSOE, del que Stiglitz era ponente; por el contrario, esos datos dan aún más relevancia a la visita del Nobel a los acampados del Retiro. Son unos jóvenes estudiantes, en pleno proceso de formación, los que invitan a todo un Nobel a qué adopte una posición y éste acepta el reto. Bravo...
Esta visita del Nobel a los del 15-M revela, en mi opinión, la importancia de este fenómeno político. Su relevancia no sólo procede del número de personas movilizadas, tampoco de sus principios e ideas para proponer alternativas económicas al actual sistema, sino sobre todo en que este movimiento es ya un símbolo de protesta contra el sistema establecido. En efecto, y no me cansaré de repetirlo, el movimiento del 15-M, con todas sus idas y venidas, errores y falsificaciones, interpretaciones y manipulaciones, nos ha puesto ante nuestros ojos una serie de problemas, conflictos y quiebras políticas que no cabe eludir si no es al precio de negarnos a nosotros mismos como intelectuales o políticos.
Se puede adoptar ante los del 15-M cualquier posición, excepto el escapismo de decir que la cosa no va con nosotros. Esa posición escapista, que han adoptado muchos analistas políticos e intelectuales, vinculados de un modo u otro al PP, no es de recibo. Más aún, no critico esa posición por cobarde sino por estúpida. Negar los problemas no es una manera de resolverlos sino de acrecentarlos; por cierto, hay un asunto que este movimiento, independientemente de cómo juzguemos su forma de hacerlo, ha puesto en evidencia del que no podemos zafarnos. O lo aceptamos o lo negamos. No valen evasivas. O contestamos afirmativa o respondemos negativamente. Me refiero a que el sistema político vigente está, por decirlo suavemente, colapsado, entre otros motivos porque la "clase política" se considera dueña y señora del espacio público-político.
Precisamente, por eso, alenté y, por supuesto, seguiré alentando cualquier movimiento social y, finalmente, político, que critique con razones que el espacio público-político sea propiedad de los políticos profesionales. Y por eso, sin duda alguna, apoyé al principio al movimiento del 15-M. Y también por eso, obviamente, sigo la evolución de este movimiento con especial atención: unas veces, como aquí he expuesto, para criticar sin piedad sus tácticas de protesta, por ejemplo, la ocupación del espacio público en detrimento de las libertades de otros ciudadanos; otras veces, especialmente en el orden de los principios, he cuestionado su "cosmopolitismo" abstracto que les aleja de una nación llamada España y les acerca a posiciones de violencia revolucionaria; y, naturalmente, también he criticado la instrumentalización que de este movimiento está haciendo el PSOE en general, y el Gobierno de Rodríguez Zapatero en particular. En cualquier caso, y lo digo como aviso a mis críticos, ninguna de esas críticas me impedirá ver lo que ha puesto en evidencia este movimiento: no podemos dejar que la "clase política" –necesaria, dicho sea de paso, en cualquier sociedad civilizada– se considere la única propietaria del espacio público-político.