No es la primera vez que la organización terrorista ETA considera de manera estratégica que la lucha armada puede, en determinados momentos, entorpecer o estar de más de cara a conseguir avances hacia sus objetivos últimos. Irrefutable prueba de ello es la cantidad de "treguas" y "altos el fuego" que los terroristas han declarado cada que lo han considerado menester. El historial de ETA demuestra hasta qué punto la organización nacionalista, socialista y terrorista vasca se ha mantenido fiel a esa máxima casi fundacional que ya en su V asamblea decía que "cada tiempo exige unas formas organizativas y de lucha específicas".
Téngase en cuenta, además, que la organización terrorista no sólo la componen sus pistoleros y que los objetivos últimos de los etarras nunca han sido los de matar por matar, sino los de lograr la integración del sur de Francia, Navarra y el País Vasco en un único Estado independiente de régimen marxista leninista. Para ETA, el asesinato no es un fin en sí mismo sino un medio, una forma de poner en valor ante nosotros el cese de la violencia; cese que de manera definitiva gozaríamos si nos aviniésemos a atender a los delirantes requerimientos que, por las buenas o por las malas, nos vienen haciendo desde hace cuatro décadas en esa irrenunciable dirección.
Para saber que ETA considera en estos momentos que la actividad propiamente criminal puede entorpecer sus objetivos últimos no hay más que leer su último comunicado de alto el fuego. Es verdad que allí también nos advierta que "no cejará en su esfuerzo y lucha por impulsar un proceso democrático, hasta alcanzar una verdadera situación democrática en Euskal Herria", y también que nos recuerda que por "verdadera situación democrática en Euskal Herria" entiende el "abandono para siempre de las medidas represivas y de negación de Euskal Herria por parte de las autoridades de España y Francia"; pero no es menos cierto que con ese objetivo la organización terrorista compromete su chantajista "alto el fuego permanente y de carácter general".
Teniendo esto presente, sólo de dos formas Arnaldo Otegi podría haberse enfrentado a la organización terrorista: una es de índole estratégica; considerar que el alto el fuego declarado por la banda es inoportuno pues podría interpretarse como síntoma de debilidad, de cesión o de rendición. La otra forma sería la conversión, ya fuese sincera o falsa; esto es, pasar a condenar a ETA, pedir perdón a las víctimas y reconocer que la única represión la han ejercido sus hasta ahora criminales compañeros de viaje. Pero lo único que ha hecho Otegi es ejercer de maquillador de la estrategia etarra, en la que el tiro en la nuca o el coche bomba no son condenables, pero sí pueden "entorpecer" los objetivos por los que ETA ha perpetrado esos delitos. Por eso están de más, por eso entorpecen, por eso sobran. Naturalmente Otegi no condena ni repudia los crímenes de ETA –de hecho los enaltece calificándolos de "estrategia militar"–. Tan solo dice que ahora esa estrategia militar, esa M, está de más, mientras se vanagloria de que "empezamos siendo cuatro o cinco, y ya somos 313.000", en inequívoca referencia a Bildu. No nos extrañe que haya terminado su intervención pidiendo a sus seguidores que "sonrían porque vamos a ganar".