La semana pasada la revista Time, tan favorable siempre a Obama, publicó en su portada una imagen de la Constitución de EEUU con este titular: Does it still matter? El objetivo era cuestionar si ese documento fundacional todavía importaba. Aunque parezca increíble, tal es el debate que la izquierda ha venido lanzando durante años en EEUU y que ahora Obama y su partido retoman. Las elecciones de 2012 van por ese camino en cuanto a la redefinición de lo nacional, de ahí los esfuerzos del presidente por proseguir cuatro años más con el "cambio", que no es otra cosa que intentar alterar la fisonomía de esta nación y generar una división social interna. Y todo con el viejo libreto de la lucha de clases y la crispación ciudadana.
Prueba de ello es la última rueda de prensa dada esa misma semana por Obama, quien tras haber elevado el endeudamiento nacional a límites históricos, insistió en su intención de subir los impuestos a los ricos y eliminar las exenciones fiscales a las compañías petrolíferas, los gestores de fondos de alto riesgo y los propietarios de aviones corporativos. La hipocresía y el populismo barato de este presidente radica en afirmar que, de mantenerse dichas exenciones tributarias, su Gobierno tendría que recortar becas para los jóvenes, reducir los fondos para la investigación médica, poner en jaque los servicios de control alimenticio, dejar a los ancianos sin servicios médicos... Obama lanza así todo tipo de apocalípticas amenazas propias de la demagogia populista antiliberal y del inventado y falso mantra de que la derecha apoya a los millonarios y él a los pobres, niños mujeres y ancianos. Cualquier economista sabe que el dinero real de dichas exenciones son una gota de agua en el mar infinito que es la deuda de Obama.
Si lamentable es el hecho de que esto salga de boca de este nuevo señor presidente, también lo es el que lo venga repitiendo, como en su último mensaje de los sábados. Pero más nefario resulta todavía que lo diga precisamente Obama, el mayor responsable y arquitecto en jefe de la destrucción de la economía norteamericana. En el caso de los aviones corporativos, por ejemplo, la hipocresía es doble. Primero, porque fue precisamente Obama y su partido quienes en febrero de 2009 concedieron esas exenciones tributarias a dichos aviones, así como otros tantos subsidios a los fabricantes de esos mismos aparatos. Segundo, porque si hay alguien que viaja siempre en avión corporativo de lujo es Obama: primero durante su larga campaña presidencial y luego en el Airforce One, a costa del contribuyente. Eso sin mencionar a su esposa e hijas, en el Airforce Two, como en el famoso viajecito a Marbella.
Que Obama no tiene ni zorra idea de economía es ya conocido, como cuando hace unos días culpó a los cajeros automáticos del problema del desempleo. Pero, al menos, Obama debería saber que la solución no está en recaudar más impuestos sino en que el Gobierno gaste menos. EEUU está peor ahora que hace siete meses y el pasado diciembre el propio Obama tuvo que reconocer que la economía estaba demasiado débil como para absorber una subida de impuestos, de ahí que ampliara a regañadientes dos años más los recortes fiscales de Bush. Lo que ocurre es que la verdadera libertad económica, uno de los pilares del texto constitucional, no es parte de la filosofía política de Obama. Por eso se cuestiona la Constitución. De ahí el titular de Time y el populismo de este nefelibata aterrizado en la Casa Blanca.