Por una vez va a ser verdad eso que aquí siempre se dice cuando hay que poner a un jerifalte en la calle. "He decidido presentar mi dimisión irrevocable por razones estrictamente personales y familiares", proclama el defenestrado llegado el caso. Y al punto todos entienden que, tras innúmeros forcejeos, sus pares han logrado echarlo a patadas pese a la resistencia, por lo común agónica, del interesado. Va a compadecerse con la verdad, digo, porque el motivo aparente del dimicese de Alberto Oliart en la Presidencia de RTVE sí tiene mucho de personal y más aún de familiar. Pues, como supongo sabedor al lector, Oliart padre dio en subcontratar con Oliart hijo un muy suculento momio que igual pretendía saborear, ¡ay!, otro patriarca de un clan rival. Por más señas, Jaume Roures, el amo y señor de Mediapro.
Una simple disputa de familia. O de familias, mejor. Y, al tiempo, otra prueba de la honda españolidad de don Alberto. A fin de cuentas, el pobre Oliart no hizo más que tratar de emular a los pater familias de los Chaves y de la sociedad de gananciales Pajín-Iraola, entre otros mil. Al respecto, y a diferencia de nuestros iguales, como Marruecos o Sicilia, en España rige una actitud filistea frente al nepotismo. Quien puede coloca a los hijos, los hermanos, los sobrinos, los primos, los cuñados, las nueras, las amantes, los cuates y los compadres. Como en toda sociedad premoderna, los vínculos de sangre y los lazos tribales priman sobre la aptitud, el mérito o cualquier otra consideración lejanamente relacionada con la excelencia.
Sin embargo, el discurso público se empecina en mantener la ficción del relato meritocrático. Qué le vamos a hacer, se ha perdido el gusto por la franqueza. No como en tiempos de la Restauración, cuando el célebre grito con que aquel espontáneo apeló al cacique liberal Natalicio Rivas durante un mitin electoral en las Alpujarras: "¡Natalico, colócanos a toos!". Por lo demás, el problema no ha sido el niño. Recuérdese que en su día don Alberto metió a su sobrina dilecta, Silvia Delgado, en la nómina del Pirulí. Y nada pasó. En esta ocasión, en cambio, se le hizo una oferta que no podía rechazar. Lo dicho, una disputa de familias. Apenas eso.