Este fin de semana coincide aquí con la fiesta nacional del 4 de julio donde los norteamericanos celebramos con familiares y amigos una fecha clave en la historia fundacional de esta nación. Este año, cuando muchos aquí miran la economía y empiezan a tomarse en serio lo del declive norteamericano, la fecha viene a marcar el pistoletazo de salida de cara a las elecciones presidenciales de 2012. Las primarias en el Partido Republicano ocuparán en los próximos meses la atención política, en especial entre diciembre de este año hasta aproximadamente marzo del que viene. En el otro lado, Barack Obama ha montado ya su fortín particular entre la Casa Blanca y Chicago a fin de preparar su reelección presidencial. Aunque parezca broma, quiere presentarse como un outsider de Washington, de ahí lo de poner el cuartel general de su campaña en Chicago.
Como cada cuatro años, las primarias en diversos estados determinarán el nominado por cada partido. Difícil será que alguien en el seno del Partido Demócrata –ni siquiera Hillary Clinton– se lance al ruedo para retar a Obama. Tal es la costumbre de los socialdemócratas norteamericanos. Bastaría irse a 1980, cuando Ted Kennedy quiso destronar al alicaído Jimmy Carter pero no contó con el apoyo de su partido. Luego vino, ya saben, el triunfo electoral ese mismo año de aquel a quien los medios consideraban un cowboy tonto: Ronald Reagan. Cuatro años después, también lo saben, llegó la paliza en las urnas propinada por Reagan a otro socialdemócrata llamado Walter Mondale.
Resulta así que contra lo que ocurrió en las últimas elecciones de 2008, en estas del 2012 será el GOP el partido que tenga que mover ficha y elegir a su candidato. Las posibilidades son varias y tiempo tendremos en esta misma columna semanal de ir contando cómo está el panorama de los posibles en la derecha norteamericana. A día de hoy, a dieciséis meses de las presidenciales, es mucho todavía lo que puede ocurrir pero mirando la historia algunos detalles invitan a la reflexión. En primer lugar, las previsiones económicas para 2012 –incluso las más optimistas– ofrecen un oscuro panorama y Obama es –quiera o no él y su banda mediática– el primer responsable de las decisiones tomadas junto a su equipo económico. Sólo le queda Tim Geithner a su lado, y hasta el hombre da ya muestras de querer salir corriendo. Además, en noviembre de 2012 el índice de desempleo estará entre el 8 y el 9 por ciento, un número que en este país resulta inaceptable aunque en la España de Zapatero pueda sonar a rosas.
De igual modo, y a menos que cambien radicalmente las cosas para entonces, la popularidad del actual presidente no llegará al 50% y quizá incluso roce la barrera del 40%. Y, por si fuera poco, una amplia mayoría de los norteamericanos (a día de hoy es el 65%) seguirá pensando que la nación va en mala dirección. A eso cabe añadir que el joven candidato que en 2008 tarareaba lo del no a la guerra, no a Guantánamo, no a Bush, no a Cheney, no a Petraeus y no a todo... menos lo suyo, hoy se ve metido por decisión propia en más guerras que el propio Bush, con la prisión de Guantánamo todavía abierta y con el único éxito exterior a sus espaldas –léase la liquidación de Ben Laden– gracias sólo a las políticas antiterroristas de la anterior administración, o sea de Bush-Cheney.
Con estas perlas en su haber, en definitiva, Obama está ahora mismo en una posición precaria y tanto él como su partido lo saben. Los medios al servicio de lo que es ya un auténtico régimen obamita intentan disimular y la propia Casa Blanca también. Creen que la solución ahora, en especial tras el varapalo de las intermedias hace ya más de medio año, es acudir otra vez al maquillaje de la señorita Pepis, como en 2008, e intentar vender gato por liebre a los votantes. De momento, ya hay varias decisiones tomadas estos días por Obama que responden más a motivaciones políticas de pura campaña electoral que a auténticos intereses para la nación. El caso omiso del presidente a las recomendaciones de David Petraeus es sólo un ejemplo y su empeño en culpar a los republicanos de la agonizante economía es otro, entre varios.
En este panorama, por tanto, el año 2012 se presenta para quien acabe siendo nominado por el GOP como una oportunidad inmejorable para retomar la Casa Blanca y acabar con la pesadilla de esta administración, acaso la más incompetente en varias décadas. Más todavía, es un momento de oro para mantener o ampliar la mayoría en la Cámara de Representantes y para hacerse con el control del Senado. Por eso es tan importante ahora para la derecha norteamericana escoger, sobre sus principios, al mejor candidato y no volver a las andadas de las anteriores primarias.