Los acontecimientos y las noticias se suceden con una velocidad tal que superan los límites fijados por nuestras autoridades.
Hace poco, ocupaban las portadas de todos los informativos las catástrofes naturales de Japón. Las revueltas ciudadanas en los países árabes, desembocaron en una nueva guerra en Libia. Occidente y la OTAN podrían encontrar razones para seguir abriendo nuevos escenarios bélicos pero tampoco les faltan problemas domésticos como para dedicarse sólo a arreglar casas ajenas. Todo el panorama informativo ha quedado focalizado en la muerte de Ben Laden y en el uso partidista de este hecho.
En España, por cierto, no nos faltan problemas, ni en número ni en magnitud, como para dedicarnos a aventar lo que sucede allende nuestras fronteras. El seísmo de Lorca, parece simular una réplica de lo ocurrido en otras zonas del planeta.
Para evitar la dispersión, me voy a fijar sólo en algunos de ellos, derivados del mayor atentado terrorista de nuestra reciente historia. Esta catástrofe, no fue natural sino fruto del odio y de la malicia de algunos ciudadanos.
El primero y, a mi juicio el más grave, es el aludido atentado de los trenes de cercanías de Madrid. Tengo el convencimiento de que fue el hito que marcó el final y el comienzo de una etapa –planificada políticamente– para el siglo que se iniciaba. Las consecuencias las padecemos durante las dos últimas legislaturas. Algunas dejarán daños irreversibles, como irreversibles son las pérdidas humanas del crimen del siglo.
El segundo, derivado del anterior, es intangible. Me refiero a la deriva ética y moral que se ha instalado en nuestra clase dirigente pero, en buena medida, con el concurso y participación de un sector de la sociedad civil. Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS.) señalan como problemas primordiales de nuestro país: el desempleo, la crisis económica y la clase política. El terrorismo ha dejado su lugar a las tres preocupaciones citadas.
Tratando de simplificar, me atrevería a reducir a uno los tres problemas que encabezan nuestras preocupaciones: la clase política. En efecto, la clase política, surgida del trágico atentado, ha transformado una democracia formal en una simple "partitocracia" real, en la que los votos –conseguidos "como sea"– imponen las decisiones más aberrantes al resto de los ciudadanos. El paro y la crisis económica son males producidos por las políticas erráticas practicadas por la clase política y ambos tienen graves consecuencias sociales y éticas. Podríamos enumerar problemas como la insolidaridad, la crisis institucional y constitucional, la quiebra del Estado de Derecho, el desplome del sistema educativo etc. No es mi intención el transformar la situación real en una visión pesimista de la misma. Estoy convencido de que las crisis, si se quieren aprovechar, pueden servir para mejorar y para superarse.
El título de este artículo alude al comportamiento del pueblo nipón ante la catástrofe natural sufrida el 11 de marzo pasado, séptimo aniversario de nuestra "catástrofe" provocada. En la central nuclear de Fukushima, los técnicos, arriesgaron voluntariamente sus vidas para minimizar los efectos del maremoto sobre la central y consecuentemente sobre las personas, no profesionales, con riesgo de recibir radiaciones. El término "Damato Yamashi" se refiere a un principio de formación y convivencia que reciben y practican los japoneses: "Anteponer el interés de todos al propio". Cualquier comentario puede resultar superfluo. En Lorca podríamos demostrar nuestras capacidades y nuestras virtudes como pueblo.
Como corolario de esta reflexión cabe preguntarse si el comportamiento de las instituciones y del pueblo español ante el atentado político de los trenes de cercanías tiene algo en común con el del pueblo japonés.
Un atentado, el mayor de la Europa comunitaria, proyectado con escuadra y cartabón y aprovechado política y socialmente, no puede ser fruto de un accidente ni de un solo condenado como autor material. Las instituciones, poseedoras del monopolio de la investigación y del castigo de los autores materiales e intelectuales, se hacen cómplices de los mismos si continúan manteniendo su actitud de oposición a cualquier tipo de investigación que pueda conducir al esclarecimiento de los hechos y de sus autores.
Ni el pueblo, ni las víctimas que nos sentimos libres, "olvidaremos lo inolvidable" hasta conseguir descubrir, juzgar y condenar a los que produjeron tanto mal. Sólo así el país y la sociedad que lo sustenta podrá algún día volver a vivir en paz y en libertad.