De la Atlántida a Wikileaks
La mayoría son increíbles, pero por alguna necesidad vital por ahora inexplicable, nos abrazamos a ellas a pesar de su irracionalidad o su nula probabilidad empírica.
La necesidad humana de dar explicaciones a todo nos ha llevado y nos lleva a dar credibilidad a las más peregrinas teorías conspirativas, extravagancias, profecías y mitos. La mayoría son increíbles, pero por alguna necesidad vital por ahora inexplicable, nos abrazamos a ellas a pesar de su irracionalidad o su nula probabilidad empírica.
Una de las leyendas mejor datadas para concretar su arbitrariedad es la existencia de la Atlántida, esa supuesta civilización superior hundida en algún lugar del océano Atlántico por acción de un cataclismo. A sus entusiastas partidarios les importa poco que el origen de su existencia se base en la historia oral que el sabio griego Solón escucharía a sacerdotes egipcios alrededor del s. V a. C., basada en acontecimientos ocurridos 9.000 años antes sin aportación de documento, ni prueba empírica alguna y que Platón recoge en dos textos únicos, el Timeo y el Critias en el s. IV a de C. En ellos se agotan todas nuestras fuentes. De esos dos textos inspirados en tan evanescente mito de un filósofo que basaba en esta técnica alegórica buena parte de sus ideas, se han desarrollado extravagantes historias en miles de escritos, cada uno de los cuales funda la extravagancia siguiente hasta perder el origen legendario que lo causó.
Resulta asombroso que haya millones de personas dispuestas a creer cualquier cosa con tal de alimentar su fantasía o su sed de acontecimientos maravillosos. Nunca las he compartido, pero siempre me han asombrado. Me siguen asombrando. La última vez, esta misma semana al leer la entrevista del ex agente de la KGB, Daniel Estulin, donde asegura que "Wikileaks no es una creación de Julian Assange, sino de la CIA". Eso sí, asegura el autor: "ni siquiera Assange lo sabe". El objetivo, "cerrar el acceso libre a internet". Esa redonda teoría para amantes de conspiraciones universales y enemigos ideológicos del liberalismo y de cualquier cosa que provenga de EEUU la desarrolla en el libro Desmontando a Wikileaks (Planeta). El ex agente de la KGB ya nos había recreado su visión paranoica del mundo en La verdadera historia del Club Bilderberg, donde, a partir de contextos, personajes reales y acontecimientos creíbles, nos vende la teoría conspirativa de que el mundo no lo dirigen los Estados ni sus presidentes sino un grupo selecto de hombres económicamente poderosos a la sombra, que violentan los acontecimientos políticos para ponerlos a su servicio. A partir de ahí, guerras y avances tecnológicos, laboratorios farmacéuticos y pandemias son sólo instrumentos para servir a sus intereses. Es un claro ejemplo de dos supersticiones muy extendidas entre los hombres: la fascinación por personajes de pasado inquietante y poderoso (ex agente del KGB) y la tendencia a cerrar en una teoría total la explicación del mundo si se acomoda a su ideología (en este caso, su aversión al capitalismo).
Uno de los libros que más me ha ayudado a enfrentarme al hechizo de la superstición ideológica y a la ideologización de la información fue El conocimiento inútil de Jean-François Revel, premio Chateaubriand 1988 (Planeta). Curiosa coincidencia editorial. Útiles los dos para el contraste.
Con los indignados en la calle y en la nube de internet, se está abriendo paso la última leyenda: las comunicaciones en red de internet multiplicarán la inteligencia de la humanidad exponencialmente hasta crear una nueva conciencia universal. Sobrarán los líderes, internet posibilitará la democracia directa en tiempo real y por fin seremos dueños de nuestro destino. Una nueva precipitación.
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