Las violencias siempre tienen un carácter abismático que las hacen seductoras, mistificadoras, e incluso comprensibles para gentes que no comparten estos métodos, pero que están hartos del sistema político. El panorama de una casta política a los pies de la violencia del 15-M revela el drama del "Estado fallido" que es hoy España. Sin Gobierno y sin norte donde mirar, las principales instituciones del Estado han desaparecido, porque el propio Estado es incapaz de utilizar con eficacia la violencia física contra quienes ya han violado todas las reglas permisibles del Estado de Derecho.
Lejos de lo que muchos creen, o seguramente simulan por cobardía, la violencia es el principal problema político de España, especialmente después de que el Tribunal Constitucional legalizara a ETA para entrar en las instituciones. ¿Quién se limitará en su agresividad ante esa perversa sentencia? Si los criminales de ETA están en la calle, y sus representantes políticos en las instituciones, entonces pocos tendrán miedo de ejercer la violencia en el espacio público. Ese mal ejemplo es una prueba más de que la violencia trae réditos. Los efectos de la violencia en la institucionalidad y sociabilidad son obvios. Están a la vista.
En verdad, esa violencia es una prueba más de que es posible la redención por la sangre. Esa vieja idea pagana, que la civilización cristiana no ha logrado vencer, se ha enseñoreado por todo el siglo veinte, y amenaza con arruinar el actual. Todos los totalitarismos, especialmente el comunista y el nazi, hicieron suya la necesidad de la sangre, sobre todo de de inocentes, para liberarnos del mal. La traducción que la izquierda ha hecho de esta vieja idea es sencilla: la violencia política es liberadora. Era y es la primera lección de los viejos manuales leninistas. Hoy, otra vez, esta idea es impulsora de amplios sectores de la izquierda mundial. España, otra vez, es utilizada como campo de experimento. Acaso, por eso, haríamos bien con empezar a diseñar un mapa de la violencia en España para entender lo que se nos viene encima.
La jerarquización de violencias será el gran trabajo de quienes se dedican al análisis político. Es menester adoptar una perspectiva, buscar un lugar o, sencillamente, hacerse un esquema mínimo para acercarnos a las diferentes formas de violencia. El 15-M ha venido a visibilizar, a sacar a la luz, las contradicciones de un sistema político que está en peligro de extinción. La primera, y seguramente más cruel contradicción, es que el Gobierno no sólo no ejerce su primera función, es decir, dar seguridad a todos sus ciudadanos a través del uso legítimo de la violencia física, sino que al intentar instrumentalizar el movimiento quizá termine abrasado. He ahí otra prueba para empezar a hablar en serio del "Estado fallido".