Si bien se mira, el motín de los campistas del 15-M, lejos de representar un movimiento de disidencia frente a la ortodoxia, encarna justo su antítesis: apenas otra muestra de dócil asentimiento gregario a la mentalidad dominante en la sociedad española. Por algo, "los políticos" se han consolidado como la tercera calamidad de la nación. Y no a ojos de los alborotados de Sol, por cierto, sino de la mayoría del pueblo soberano, tal como certifican las catas periódicas del CIS. Un repudio, el que se refleja en la condena indiscriminada contra "los políticos", igualados todos en arbitraria promiscuidad, que no supone nada nuevo en el devenir siempre errático de este país nuestro.
Recuérdese al respecto que ya mucho antes de la Guerra Civil imperaba un estado de opinión similar. El retratado por el visceral antipoliticismo que compartieran derecha e izquierda desde finales del XIX hasta el último tercio del siglo XX. Al fin y al cabo, y a esos efectos puramente vitriólicos, lo mismo daba que los interlocutores respondiesen por CEDA, Falange, PSOE o CNT. Tanto para los unos como para los otros, el único proceder legítimo y tolerable de participación pública consistía en despreciar la democracia liberal y los modos de la política parlamentaria con irrefrenable náusea moral. Que de ahí el tan célebre sarcasmo del dictador, cuando gustaba alardear en El Pardo de no meterse nunca en política.
Y es que para aquella península asilvestrada, el mejor destino de las urnas era exactamente el mismo que les desearían los indignados que berreaban el sábado frente a los electos: ser rotas. Imposible, por lo demás, comprender la complacencia de la opinión pública con semejantes asonadas callejeras sin reparar en esa tara colectiva. De hecho, la connivencia tácita, la indignidad ante los indignados de la mayoría silenciosa, refleja un rasgo profundo de nuestra psicología nacional. Porque, en el fondo, lo que late tras todo eso no es más que la pervivencia en el tiempo de un poso infantil del carácter ibérico. A saber, el prejuicio que sostiene que los políticos, estos políticos, representan el verdadero problema porque quiere creer que otros distintos supondrían la verdadera solución. El Estado como eterna niñera de la sociedad. Un país entero en la consulta del pediatra. España.