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José García Domínguez

Federico Sánchez, In Memoriam

Luego, felizmente liberado y ya en España, Federico Sánchez acreditaría magistral pericia en las tareas de infiltración. Sabotear a los otros grupos clandestinos –como el FLP de Julio Cerón– que combatían a la dictadura.

Me dicen que ha muerto, y esta vez parece que va en serio, Federico Sánchez, un hombre que dedicó los mejores años de su vida a luchar contra las democracias, empeño que aquí, es sabido, suele mover a gran admiración y muy compungidos elogios fúnebres. Más aún si el difunto obedecía al canon sartriano del escritor comprometido; como Manolo Vázquez Montalbán o Fernando Vizcaíno Casas, por mencionar dos referencias canónicas del género. Ora apparatchik del PCE, ora fiscal acusador contra Marguerite Duras en el Partido Comunista Francés, estalinista siempre, solo la mugre del franquismo ayudaría a dignificar su biografía civil.

Que no, por cierto, el internamiento en el campo de concentración de Buchenwald. Peripecia llamada a alimentar esa leyenda hagiográfica suya si no fuera por un testigo incómodo: Stéphane Hessel. Sí, el de los indignados. Ocurre que Hessel, por entonces miembro de la Resistencia y también recluso, recuerda en sus memorias a los que allí ejercieron de kapos al servicio del nazismo. Y menciona nombres. Así, tal como ha reproducido Juan Pedro Quiñonero, escribe: "A partir de 1937, los comunistas asumieron la ‘gestión’ del campo [Buchenwald] [...] podíamos preguntarles qué podían hacer por nosotros, puesto que estábamos condenados. Nos respondieron que lo lamentaban, no podían hacer nada, reservaban su protección para sus militantes, como era el caso de Jorge Semprún, comunista español". (Citoyen sans frontiéres, Conversations de Stéphane Hessel avec Jean-Michel Helvig, París, 2008, pag. 77).

Luego, felizmente liberado y ya en España, Federico Sánchez acreditaría magistral pericia en las tareas de infiltración. Sabotear a los otros grupos clandestinos –como el FLP de Julio Cerón– que combatían a la dictadura, he ahí su suprema aportación a la causa. Sórdida labor en la que no le faltaría el apoyo de Nico Sartorius, Javier Pradera o un Enrique Mújica aún furibundo bolchevique. Todavía habrían de pasar muchos años hasta que perdiese el pulso que, junto a Claudín, le echó a Carrillo por el control de la organización. Y muchos más antes de recalar en el PSOE de González, estación término del viaje a ninguna parte que emprendió en 1941 con su ingreso en el partido. Fue ministro de Cultura, es decir, de nada. Que la tierra le sea propicia.

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