El deseo y la pataleta
El movimiento puede convertirse en el fermento de ese espíritu cívico y exigente que echamos de menos los europeos cuando observamos países como Estados Unidos.
A mi juicio, el síntoma más elocuente de la hora actual es la ausencia en toda Europa de una ilusión hacia el mañana. Si las grandes naciones no se restablecen es porque en ninguna de ellas existe el claro deseo de un tipo de vida mejor que sirva de pauta sugestiva a la recomposición (...) Hoy en Europa no se estima el presente: instituciones, ideas, placeres saben a rancio. ¿Qué es lo que, en cambio, se desea? En Europa hoy no se desea. No hay cosecha de apetitos. Falta por completo esa incitadora anticipación de un porvenir deseable, que es un órgano esencial en la biología humana. El deseo, secreción exquisita de todo espíritu sano, es lo primero que se agosta cuando la vida declina.
Así hablaba Ortega y Gasset en el prólogo a la segunda edición de España invertebrada (1922). Y es por la necesidad de ese Deseo del que hablaba el filósofo, por lo que instintivamente simpatizo con las protestas de Sol y del resto de España.
Dicho esto, viene la habitual legión de reservas, asteriscos, notas al pie. Por ejemplo, es imperdonable que los manifestantes no hayan protestado contra la legalización de Bildu. Y también me parece un grave error que los organizadores se resistan a desconvocar las concentraciones previstas para el sábado. Grave error porque será una infracción de la ley y también porque actuará en detrimento de la efectividad del presunto "movimiento": el mensaje ya está lanzado y la cobertura mediática ha sido máxima. Persistir en la resistencia a la decisión de la Junta Electoral no hará sino incitar una deriva de los acontecimientos que puede empañar todo lo que este movimiento pueda tener de positivo.
Efectivamente, el ideario y las propuestas de los reunidos no son a veces más que la repetición de consignas anticapitalistas y del "pataletismo" de izquierdas más vulgar. Pero me parece un error tomar esas secreciones en forma de manifiestos por caracterizaciones de la totalidad. El movimiento me parece (admito que desde la distancia; no sé más que lo que leo en los periódicos y lo que me escriben algunos amigos que están en Sol) manifiestamente heterogéneo y proteico, y encasillarlo en el "antisistemismo" o en las estrategias de resistencia de una izquierda al borde de una debacle electoral me parece cerrarse a su potencialidad. Al fin y al cabo, me sorprendería que cualquier lector de estas líneas no encuentre ni un solo punto en común con las reivindicaciones de los "indignados". La intolerancia con la corrupción provenga del partido que provenga; la exigencia de una mayor ética en la actuación pública; el exigirles más compromiso y esfuerzo a los políticos; incluso propuestas más específicas como cambiar la ley electoral. Todo esto es muy positivo, y me atrevería a decir que desde esta casa se han defendido siempre ideas muy similares. Y también creo que a estas alturas es lícito sospechar que la llegada de Rajoy, Soraya, Cospedal y cía. al poder no supondrá el remedio automático de estos males.
El 15-M probablemente decidirá en las próximas horas y días su carácter definitivo: va camino del mito, tiene aspiraciones de mito, pero aún está hallando los contenidos que le darán coherencia. Puede desembocar en mera pataleta, pero también puede cristalizarse en un deseo potente como el que Ortega y Gasset consideraba imprescindible para toda regeneración. Es este posible carácter de deseo más allá de la pataleta el que creo que hay que fomentar y defender. Las acampadas pueden convertirse en un mito de los antisistema, en un mito del progresismo, en un mito de la derecha (no es descabellado), o también en un mito de todos los españoles, uno de esos mitos nacionales que tanto nos cuesta hallar. Dicho de otro modo, el movimiento puede convertirse en el fermento de ese espíritu cívico y exigente que echamos de menos los europeos cuando observamos países como Estados Unidos, donde un hombre como Rubalcaba jamás habría podido rehacer su carrera tras el GAL, donde ningún político se habría atrevido a incluir a imputados en sus listas. Infectar a la ciudadanía de este deseo y hacer ver a los partidos que se pueden sacar réditos electorales de hacerle caso y adoptar algunas de sus propuestas (única forma realista de lograr el cambio) no puede sino resultar positivo para todo el país.
Me temo que en el análisis de este movimiento se está reproduciendo un error común al estudio del regeneracionismo que hace un siglo, después del Desastre, imperaba en nuestros círculos intelectuales. Y es que, perdidos en el análisis de la feroz crítica que llevaron a cabo los regeneracionistas, no nos damos cuenta de que su esfuerzo tenía un carácter profundamente patriótico. Desear, exigir que tu país sea algo mejor que lo que es ahora siempre es un acto patriótico, independientemente de que uno lo diga explícitamente o no. Tampoco nos damos cuenta de la enorme posibilidad que escondía ese deseo, de la enorme oportunidad perdida que fue no lograr encauzarlo y legitimarlo dentro del orden político de la Restauración.
Y es este paralelismo histórico el que verdaderamente me preocupa, el que creo que debería preocuparnos a todos. El regeneracionismo no logró encauzarse de manera clara, ni a través de los dos partidos principales de entonces ni a través de las múltiples iniciativas que acometieron sus principales líderes. Las consecuencias fueron nefastas para España y para la libertad. Es esto lo que deberíamos evitar, el que un movimiento que puede llegar a tener auténtica fuerza y un impacto positivo se niegue a encauzarse por un camino claro y legítimo. Aquí es donde deberíamos ser verdaderamente exigentes con los Indignados. Deberían comprender que a menos que decidan encauzar ese deseo que, hasta cierto punto, compartimos tantos españoles, entonces todo, las pancartas y las consignas, la poesía escrita sobre el cartón, se habrá quedado en una mera pataleta.
La oportunidad perdida habría sido, entonces, considerable. En el prólogo a la cuarta edición de España invertebrada, Ortega añadía: "las naciones se forman y viven de tener un programa para el mañana".
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