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Antonio Robles

Mou, el Barça y el victimismo

Sr. Mou, deje ya de manipular los sentimientos de los aficionados, deje de hacerse la víctima. Al Madrid no lo persigue nadie, como no perseguía nadie al Barça en otros tiempos.

Pudiendo plagiar lo mejor del Barça, su atrevimiento, Mou copia lo peor, su victimismo.

En un solo año ha logrado arrebatar al catalanismo culé la patente del victimismo como justificación de las propias derrotas. Con el cuento de la conspiración arbitral, durante décadas el catalanismo culé gastó mucho y trajo lo mejor para justificar con dinero lo que no lograba ganar en el campo con fútbol. ¡Qué hartos nos tenían con eso del "equipo del Gobierno" y del "así, así gana el Madrid"!

El Barça era más que un club, y el victimismo una fuente inagotable de alimento nacionalista. Hasta los extranjeros que recalaban y se amorraban a la teta, como Johan Cruyff, se convertían enseguida en alumnos aventajados. No acababa de ganar la liga en la temporada 1990/91 como entrenador y ya estaba preparándose para justificar el que pudiera no conseguir la siguiente intoxicando a los medios de comunicación con el mito victimista: "Al Barça nunca le permitirán ganar dos ligas seguidas". Y ganó las cuatro siguientes.

Mou se ha quedado con toda esa morralla. Desde que llegó al Madrid no ha habido rueda de prensa en que no arremeta contra algo o contra alguien. Provocador, insinuante, pendenciero, camorrista, convierte cualquier error arbitral en una conspiración, cada situación conflictiva en un instrumento de presión. Todo sirve para conseguir el triunfo, aunque sea a costa de envenenar las relaciones personales o poner en cuestión la honorabilidad del club rival. En lugar de guardar las formas, alardea de ir de frente. Una vulgaridad que le hace confundir "su verdad" con "la verdad".

Ese lamentable comportamiento ha reducido la memoria de un club basada en el respeto al histórico victimismo de su rival, cuando éste, por fin, lo ha cambiado por fútbol bellísimo y comportamiento ejemplar. ¿En qué lugar está dejando al Madrid con sus disculpas de mal pagador y sus triquiñuelas, cerrojazos y lamentos arbitrales? Su presidente se ha gastado un potosí para traer a jugadores con alas de mariposa y los obliga a jugar como vulgares leñadores. Es verdad que en el clásico de las semifinales los errores arbitrales condicionaron su pase a la final de Wembley. Pero, antes, él condicionó las posibilidades de su equipo renunciando a jugar al fútbol en nombre de un pragmatismo que le lleva a buscar, encontrar y, por lo que se ve, a sufrir la antipatía arbitral. Nunca antes una profecía estuvo tan provocada. Si corres tras un equipo que la toca, y presionas hasta el límite del reglamento, las posibilidades de acumular amonestaciones aumentan. Como ocurría con la quinta del buitre. El Barça de entonces se quejaba del número de penaltis que pitaban a favor del Madrid. ¿Cómo no iban a pitar penaltis a su favor si no salían del área contraria?

Sr. Mou, deje ya de manipular los sentimientos de los aficionados, deje de hacerse la víctima. Al Madrid no lo persigue nadie, como no perseguía nadie al Barça en otros tiempos.

La estrategia de presionar para destruir y de esperar para golpear, no tiene que pasar por renunciar a jugar al fútbol. El Barça consigue sus fines sin renunciar a la belleza. Lo hace armado con dos virtudes y una varita mágica. La primera, el toque, y la segunda, la presión. Las dos virtudes las realiza infinitamente mejor que el actual Madrid sin estropear el fútbol. Y una barita mágica, Messi. Y a rezar.

Hay dos cosas peores para el Madrid que perder frente al Barça, Sr. Mou: renunciar a esbozar filigranas con la pelota y justificar su inferioridad con excusas arbitrales.

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