Obama ha pasado de las catacumbas a la cúspide. Es menester descubrirse ante este gran hombre de Estado. La oportunidad, aliada con la fortuna, de su acción le asegurado, como mínimo, la candidatura para otro mandato en la Casa Blanca. Se lo merece. Su repliegue nacional será cantado por los historiadores futuros de la democracia americana del siglo XXI. EEUU no estaba en una guerra convencional, en verdad, no estaba en una guerra, porque la lucha contra el terrorismo es una guerra muy especial. Entre la guerra y la política, la decisión de Obama ha sido envidiable, desde el punto de vista político; la lucha contra el terrorismo requiere soluciones de carácter maquiavélico. De gran política.
Esa grandeza política se resume en una sencilla orden: hay que matarlo y hacer desaparecer el cuerpo. Como diría el gran Maquiavelo, esta situación política requería de soluciones de medicina fuerte: las acciones tienen que ser breves y concluyentes, y el mal que se haga tiene que ser hecho de una vez y con rapidez: "Es necesario ganarse a los hombres o deshacerse de ellos." La decisión de Obama de actuar en este momento –aprovechando la crisis por la que pasan los propios musulmanes, que se enfrentan tanto al peligro del islamismo como a quienes exigen más derechos humanos y democracia– ha sido de alto maquiavelismo político. Obama ha asumido la responsabilidad y la ha cumplido en el momento oportuno. Virtù maquiavélica, es decir, eficacia práctica, unida a la fortuna es la aportación de Obama para crear un nuevo imaginario político para su República.
La operación quirúrgica ha sido impecable. No era necesario juzgar al culpable; más aún, Obama pasará a la historia como un hombre magnánimo no sólo porque ha compartido su gloria con Bush y los investigadores de Guantánamo, sino porque ha dado la orden de ejecutarlo, es decir, le ha hecho un gran favor a Bin Laden, porque este prefería morir antes que sufrir la humillación de ser encarcelado en una prisión occidental; Bin Laden exigía antes, en efecto, la muerte que ser juzgado por la justicia occidental. Gracias a la magnanimidad de Obama con el criminal, el culpable de la herida abierta en EEUU por el terrorismo islamista, EEUU se ha sacudido gran parte de sus problemas sociales y económicos, o mejor, merced a esta ejecución de Bin Laden se busca una solución nacional para salir de los problemas.
Esa es la gran contribución de Obama al renacimiento democrático de EEUU. La decisión de Obama de ejecutar a Bin Laden ha conseguido crear no sólo un nuevo sentimiento nacional y un orgullo de pertenencia a EEUU, sino una sana envidia del resto del planeta. Se entiende, pues, la felicitación universal que Obama ha recibido de todos los países libres del planeta. Entiendo y comparto, pues, esa felicitación universal con una excepción: la del Gobierno de España. Hipócrita y miserable ha sido la felicitación de Zapatero al presidente Obama por la ejecución del culpable de la mayor herida de EEUU. Hipócrita y miserable es la felicitación de Zapatero cuando no aplica a su país lo que ha hecho EEUU: investigar, señalar al culpable y ejecutarlo. En pocas palabras, mientras que el Gobierno de España no acabe con los autores de la matanza del 11-M, no debería felicitar la acción de Obama. Esa felicitación ruin y cobarde quintaesencia una nación sin pulso y sin horizonte, una nación sin policía, sin servicios secretos y sin ejército.
El maquiavelismo barato de Zapatero hace daño a cualquiera que tenga sensibilidad para ponderar la grandiosa acción de Obama, que es a todas luces el mejor representante del gran Maquiavelo en nuestra época.