Un análisis de las elecciones habidas en España concluye que el voto español es rígido, cada cual vota a "su" partido, diga este lo que diga o haga lo que haga, y no existe ese voto oscilante que da la victoria al PSOE o al PP según las ocasiones. La única diferencia estriba en que el voto de izquierda es más numeroso (el país es sociológicamente de izquierda, aseguran los "expertos"), y el PP solo puede ganar cuando parte de ese voto se desmoviliza. Así parece inducirse de los tres vuelcos electorales habidos: el de 1982, el de 2000 y el de 2004. En el primero ganó mayoría absoluta el PSOE con un 80% de participación electoral, la más alta habida hasta ahora; en la segunda ganó el PP, pero con una participación baja, del 69%; y en la tercera volvió a ganar el PSOE, con una participación del 76%.
Por tanto, la única esperanza para el PP radica en que una parte de la izquierda se abstenga, como ocurrió en 1996 y 2000, ya que no tiene posibilidad real de atraer más votos que los tradicionales suyos. De ahí que su estrategia se oriente a facilitar la abstención izquierdista: la crisis le da el trabajo casi hecho, pero aún así debe tranquilizar a la izquierda para que no se movilice, y exhibir al efecto una política (o falta de ella) de "bajo perfil", centrándose en la economía, que, como sabemos por Rajoy, "lo es todo". En rigor, el PP abandona la política para seguir en ella las iniciativas del PSOE, como único modo de llegar al poder.
Ese análisis olvida un dato clave en democracia: la formación de la opinión pública. No siempre fue España sociológicamente de izquierdas. En la transición apoyó masivamente la opción franquista de reforma contra la propuesta izquierdista de ruptura. Después, la opinión varió poco a poco, como he expuesto en La Transiciónde cristal. Y dio un tremendo vuelco, en 1982, otorgando al PSOE un triunfo arrollador después del desastre político de Suárez. Desde entonces la izquierda gana cuando la participación es alta, y pierde cuando parte de sus votantes se abstiene por una u otra causa. La verdadera razón de ello está bastante clara: Suárez desarmó ideológicamente a la derecha con sus maniobras de vuelo corraleño, renunció a la batalla de las ideas, dejando la formación de opinión pública a socialistas y separatistas. Su estilo se institucionalizaría después en la derecha salvo –y muy relativamente– con Aznar.
En suma, el PP ha renunciado a hacer política, si por tal se entiende algo más que las maniobrillas y mentirijillas del día a día. Cree tener garantizado, haga lo que haga, un porcentaje de votos suficiente para darle una cuota de poder regional y municipal, incluso el gobierno, si tiene la suerte de una desmovilización izquierdista. Algunos creen que si alcanza el Gobierno cambiará de actitud. Yo creo que no. Su inanidad político-intelectual es ya una seña de identidad del partido. Suárez ha marcado una impronta indeleble en la derecha española.