La vergüenza de España
Da vergüenza vivir en un país donde las víctimas son preteridas y los asesinos beneficiados.
A veces, últimamente bastante a menudo, siento vergüenza de España. Esta gran nación –¿cómo no va a ser grande una nación cuya lengua es hablada cada vez más en todo el continente americano?, por poner un solo ejemplo–, no se merece ser gobernada por gente que ni la aprecia ni la cuida ni la proyecta al futuro. El proyecto político de algunos parece ser la destrucción de España, no su construcción y desarrollo. Este fin de semana hemos sido testigos de que otra gran nación europea, Francia, declaraba a los toros con sangre, toreros y muerte, la fiesta de los toros, como bien cultural inmaterial mientras en España hay regiones en las que se prohíbe su espectáculo por razones éticas hipócritas que amparan lo esencial: que no quieren en su territorio español una fiesta española. Es de vergüenza que nosotros, la inmensa mayoría de España, no nos defendamos adecuadamente. No hablo ya de defensa de la libertad, que cada cual vaya no vaya donde quiera ir, que también, por supuesto, sino de defensa de un patrimonio material e inmaterial de España. La herida a nuestra idea de la nación española, ¿tan honda ha sido, tan profunda, tan grave? Hasta hace bien poco respetar y honrar la bandera de España era fascista, ultraderechista. Tal ha sido y es la influencia de los nacionalismos antiespañoles en la izquierda y la derecha nacional.
Estados Unidos, Francia, Rusia, China, Reino Unidos, grandes países que han tenido comportamientos discutibles e incluso crueles y miserables en la historia, no tienen esa sensación de odiarse a sí mismos.
Pero esto es no es lo único. Da vergüenza que haya altos cargos de un Gobierno que se refieran a las ciudades de Ceuta y Melilla como ciudades africanas, que inciten abiertamente a Marruecos a quedarse con ellas cuando la historia contradice sus pretensiones, que se alabe el islamismo como religión respetuosa y tolerante sabiéndose lo que se sabe de ella o que los presidentes de la Junta de Andalucía y de España vayan más a Marruecos que a ellas. Es otro ejemplo de la vergüenza de España.
Pero dan vergüenza muchas cosas más. Da vergüenza vivir en un país donde las víctimas son preteridas y los asesinos beneficiados. El último de estos casos, el del asesino Troitiño y las víctimas de terrorismo etarra es una vergüenza. ¿Error? ¿Qué coño un error? ¿Cómo es posible soltar a un asesino condenado a una pena seis años antes de su terminación y decir luego que ha sido un error? ¿Cómo es que los jueces que han perpetrado ese atentado contra las víctimas, contra las vivas y las muertas, sigan ejerciendo sin más su trabajo. Es que es una vergüenza, como es una vergüenza que un Ministerio del Interior bromee y se tome a cachondeo un chivatazo policial a la cúpula de ETA por motivos políticos. Y es una vergüenza cómo se ha tratado el 11-M en España. Y es una vergüenza el juez Bermúdez, que sigue ejerciendo. Y es una vergüenza su sentencia y la actuación policial. Y es una vergüenza al tratamiento de la religión católica a la que se ataca no sólo por ser religión sino por ser el signo de identidad de la formación de España hace cinco siglos
Y es vergonzosa una educación, por llamarla así cuando en realidad no es nada porque los jóvenes entran en la Universidad sin saber lengua española, sin haber leído El Quijote, sin conocer la historia de España, ni siquiera una geografía española (a lo sumo la andaluza, o la catalana o la vasca...). Para ellos, la nación española no existe. No quiero seguir.
Siento una gran vergüenza porque la izquierda, una vez más, deja en manos de las derechas la fuerza de la tradición y de la nación como se lamentaba Menéndez Pidal. Y siento vergüenza porque alguna de estas derechas está dejando en manos de no se sabe bien quién la defensa de España. Y siento vergüenza por mí y por los ciudadanos porque no somos capaces de decir basta a toda esta locura sin sentido.
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