Hay muchas veces que un partido que no acaba con victoria deja una buena sensación. Eso es lo que pasó el pasado sábado en el Santiago Bernabeu. Empataron Barça y Madrid, pero al equipo blanco le quedó el sabor de boca adecuado para afrontar la final de Copa.
Sencillamente porque paró al Barça en casi todo el partido, aunque jugó gran parte de él con diez, demostró a sus aficionados que se puede, que cuando estaban once contra once, el Madrid estaba frenando toda la maquinaria azulgrana. Y eso es lo que quiere Mourinho. Nadie sabe lo que hubiera pasado si Albiol no comete penalti sobre Villa y es expulsado, o simplemente comete penalti de otra manera que no acarrea la expulsión. Podríamos haber dicho que el Madrid le podría haber ganado al Barcelona.
Por lo menos hubiera estado cerca. También es verdad que no fueron los azulgrana los de siempre. Porque enfriaron el partido, porque no jugaron con la intensidad que se requiere y que sólo cuando el Madrid le dejó, y contra diez, hizo su fútbol. Pero no ganó, aunque la Liga la dejó sentenciada
Pero ahora llega la Copa y en una semana la Champions y ahí ha ganado el Madrid confianza. Naturalmente, también puede pasar que se le acabe la moral el mismo miércoles y el Barça sea netamente superior. Pero... nunca se sabe. En Mestalla se va a vivir uno de los clásicos más emocionantes en años.
Mientras, veremos a Guardiola y a Mourinho utilizando sus armas. Más el portugués porque una de las armas es la prepotencia que él solo tiene. No deja de ser una pose porque parece imposible que sea así de inaguantable en la vida normal. Pero sí puede desquiciar a la prensa y al rival, pues mejor. Nunca caerá Guardiola en esa provocación, pero es el juego de ambos. La tranquilidad contra la soberbia. A ver quién gana.