Escribí un artículo sobre Gibraltar con el fin de alabar que el príncipe Felipe se refiriera a ese tema en un discurso pronunciado con ocasión de la visita del príncipe de Gales. Quise poner de relieve que la reclamación de que Gibraltar nos sea devuelto choca, sin embargo, con la política exterior de todos los Gobiernos de España desde que Felipe González abrió la verja. Traté de apuntar que los entramados económicos que giran alrededor del peñón son los que hacen que esa política sea la de no insistir en la recuperación de la colonia. Y concluí que, si no les va a interesar a nuestros Gobiernos que nos devuelvan Gibraltar, carece de sentido mantenerlo como elemento de enfrentamiento con los ingleses, con los que podríamos llegar a acuerdos en temas donde tenemos intereses comunes.
Pío Moa, y algunos lectores arrastrados por él, me atribuyen el ser partidario de esa política cuando lo único que hice es describirla. Porque esa ha sido y sigue siendo la política exterior de los Gobiernos españoles en el asunto de Gibraltar. Por serlo de nuestros Gobiernos, lo es también de España y en consecuencia de los españoles, por mucho que nos pese al señor Moa, a sus lectores y a mí mismo, si se me permite. Para entenderlo, a Moa le habría bastado pararse a distinguir el ser del deber ser.
Ahora, si el señor Moa quiere viajar al mundo del deber ser, podemos acordar que la política exterior española, en lo de Gibraltar, como en tantas otras cosas, debiera ser otra muy distinta. Pero eso es otra cuestión. Desde luego, habría que cerrar la verja. Y a continuación prohibir toda inversión en España que proviniera de la colonia. Naturalmente, eso empeoraría las relaciones con Gran Bretaña, pero, si ha de ser por una política seriamente dirigida a la recuperación del peñón, no importa que los ingleses se enfurruñen. Pero esto es, desgraciadamente, lo que debería ser, no lo que es. Luego, si los sucesivos Gobiernos no van a luchar por recuperar Gibraltar, me pregunté qué sentido tiene estar peleados con los británicos por un conflicto que España, a través de sus sucesivos Gobiernos, no quiere resolver. Deberían quererlo, pero no lo quieren. Es lo que va del ser al deber ser.