Como alguna otra vez se ha barruntado aquí, el abismo que separa a la Europa del norte de la del sur, mucho más que las diferencias de riqueza, lo generan los valores y las actitudes colectivas. ¿Qué esperar, por ejemplo, de una sociedad con el pulso moral de la nuestra, en la que a los imputados por corrupción ya apenas les falta crear su propio club de admiradores en Facebook? De ahí que Camps, siempre a la vanguardia del magisterio ético, en lugar de una lista electoral haya preferido presentar una rueda de reconocimiento. Con el listón a semejante altura, mejor que esa quimera fantasiosa, la del cambio de modelo productivo, acaso lo que España necesite, y por la vía de urgencia, sea un cambio de mentalidad previa parada y fonda en la regeneración de los usos cívicos.
Catarsis harto improbable mientras el Aspirante siga escondido entre las faldas de Cospedal y Sáenz de Santamaría, a su vez parapetadas tras la coartada de la presunción de inocencia. Soberbio razonamiento, por cierto. Tal que así, apelando a una mera garantía procesal, que no otra cosa resulta ser la inocencia presunta, el sesenta por ciento de los presidiarios encerrados en las cárceles, reclusos preventivos todos ellos, ergo presuntos inocentes, debieran solicitar ahora mismo un puesto de honor en las candidaturas autonómicas y municipales del Partido Popular. Claro que siempre les quedará el "y tú más", supremo argumento deontológico por estos pagos.
Repárese sin ir más lejos en ese Chaves de la triste estampa, visir cesante cuyo mayor delito ha sido educar a sus hijos tal como lo hizo. Una culpa de la que ningún tribunal ni ardid leguleyo lo podrán absolver. Que tales fechorías, ¡ay, jamás en la vida prescriben. Ni siquiera habrá de servirle como atenuante la cómplice indiferencia popular sobre la que cimentó, soberana, su arbitrariedad en la Junta. Esa silente connivencia de cierto vulgo ante el asalto del rebaño militante al escalafón. Premisa sine qua non de la posterior red de albañales administrativos, ésa que lleva más de un cuarto de siglo ciega, sorda y muda ante todos los ivanes que han ido pasando por caja en Sevilla. Impunemente. Con luz, taquígrafos, palmeras y palmeros. En fin, lo dicho: "y tú más".