Los líderes palestinos planean para setiembre solicitar a la Asamblea General de las Naciones Unidas el reconocimiento de un Estado con fronteras delimitadas por el armisticio de 1949, incluyendo las "tierras ocupadas" por Israel en 1967. Ayer, uno de los dos primeros ministros de la Autoridad Palestina, Salam Fayyad –el otro es el terrorista Haniyé que rige en Gaza– pedía dinero a Occidente al respecto.
La Asamblea General no tiene competencias ejecutivas. El único que puede dictar resoluciones obligatorias, cuando actúa bajo el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, es el Consejo de Seguridad.
Así que hay dos ideas. Una es usar un mecanismo ideado durante la Guerra Fría para sobreponerse al veto ruso. Este, la Resolución 377, apodada Unión pro-paz, permite, cuando no se puede lograr una resolución por causa de un veto, reunir una sesión especial de la Asamblea General para hacer recomendaciones por mayoría de dos tercios. Siguen teniendo valor de recomendaciones y no son obligatorias, pero se han usado en el pasado para condenar a Israel.
Sin embargo, lo preferido, porque supone propiamente el reconocimiento de un Estado, es lo siguiente. Primero, la declaración unilateral palestina; segundo, una recomendación del Consejo de Seguridad sobre la base de que se cumplen los requisitos de derecho internacional para ser Estado: Gobierno efectivo, población permanente, territorio definido y relaciones exteriores; y tercero, una declaración de la Asamblea sobre esta.
Esta actitud temeraria lo que pretende es dinamitar la posibilidad de acceder a la condición de Estado mediante el acuerdo entre Israel y Palestina.
Eso fue lo que Bush declaró públicamente en 2004, la primera vez que lo hacía un presidente americano: la aparición de dos Estados conviviendo en paz. Se encauzó en el Proceso de una Hoja de Ruta basada en el cumplimiento de Objetivos, partiendo precisamente del logro del primero: el abandono del terrorismo. Arafat condenaba entonces los atentados en inglés mientras los alentaba en árabe. Entretanto, Israel desmanteló unilateralmente en 2005 los asentamientos de Gaza y sus ocho mil colonos, entregando la franja a los palestinos que la han convertido en la base de operaciones terroristas de Hamás. Esto trajo como resultado la guerra de 2008. Recientemente se ha incrementado la violencia. Contra los colonos de Judea y Samaria, con el asesinato de la familia Fogel, y con los misiles ruso-sirios enviados desde Gaza, últimamente contra un autobús escolar. Incluso han vuelto las bombas a Jerusalén.
No es todo. Los palestinos son incapaces de terminar de redactar su constitución, su presidente Abbas está en el séptimo año de un mandato de cuatro, no hay parlamento efectivo, ni poder judicial independiente, ni prensa libre, el sistema educativo es caldo de cultivo del antisemitismo, la corrupción es rampante, y las plazas de las ciudades toman los nombres de sanguinarios terroristas. Todo esto en Cisjordania, porque en Gaza, mandan.
¿No tiene más que hacer Occidente que preocuparse por propiciar un Estado así?