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La metamorfosis de Obama

Obama ha mantenido la ambigüedad entre una retórica en sordina frente a acciones que no se hubieran tolerado a Bush. Hasta hoy guardaba silencio. Ahora ha salido del armario. ¿Tenía razón Bush? Algo nos temíamos.

Obama sólo acierta cuando rectifica.

Como cuando anunció el cese de McChrystal y el nombramiento de Petraeus para dirigir a las tropas en Afganistán. Después de haber cargado la retórica contra su predecesor, se convirtió, en la práctica, en su fiel seguidor.

Habló el lunes a la nación y trató de distinguir Libia de Irak. Rechazó así el cambio de régimen porque este requirió 8 años, miles de vidas y casi un billón de dólares. "Es algo que no nos podemos permitir en Libia", concluyó.

Sin embargo, lo rechazó de una manera muy peculiar, apoyándolo: "Mientras nuestra misión militar está estrechamente centrada en salvar vidas, continuamos persiguiendo el objetivo más amplio de una Libia que no pertenece a un dictador sino a su pueblo".


Olvidó decir, sería el calor del momento, que la invasión de Irak, que llevó a Gadafi a rendir sus armas de destrucción masiva, es el motivo por el que se puede ahora intervenir. Pero es significativo que el que decía que la guerra de Irak era de elección y no de necesidad, y que la consideraba una diversión de la guerra buena afgana, afirme ahora que "nunca dudaré en usar a nuestro ejército rápida, decisiva y unilateralmente cuando sea necesario para defender a nuestro pueblo, a nuestros aliados, o a nuestros intereses fundamentales".

Hubo más. Sonando a Bush en su segunda inauguración, donde identificó los intereses de América con la expansión de la libertad, dijo Obama: "habrá veces en que nuestra seguridad no esté directamente amenazada, pero sí lo estén nuestros intereses y valores". "En tales casos –añadió– no deberíamos tener miedo de actuar, aunque la carga de la acción no recaiga sobre los Estados Unidos sólo". Si esto no es la guerra preventiva, que venga Dios y lo vea.

Y se refirió, como Bush, a los disidentes de hoy en los países oprimidos como los dirigentes libres del mañana. "Donde quiera que haya gente que aspire a la libertad, encontrarán un amigo en los Estados Unidos. En último término es esa fe, esos ideales, los que dan la verdadera medida del liderazgo americano".

Citó también a los 11 países que han formado la coalición militar, a no confundir con los 20 que se reunieron ayer en Londres, ni con los 31 que apoyaron la intervención en Irak, que fue más multilateral. Treinta y uno es mejor, pero once está bastante bien.

Fundamentalmente, puso en su contexto la intervención: "mientras hablamos nuestras tropas están (...) dejando a Irak en manos de su pueblo, deteniendo el avance de los talibán en Afganistán, y persiguiendo a Al Qaeda alrededor del globo".

Esperamos que de acuerdo con este vigor recobrado Assad y Ahmadineyad sean los siguientes. Perdón. Que los pueblos de Siria e Irán sean dignos de protección y de ver amparadas sus ansias de libertad sin que hayamos de comprometer tropas sobre el terreno, pero sin olvidar que ni Siria ni Irán "pertenecen a un dictador, sino a su gente".

Occidente no tiene más remedio que influir en el Oriente Medio que está surgiendo. Si aquellos que hasta ayer mismo estaban defendiendo la estabilidad llegando a afirmar, en el discurso de El Cairo, que los regímenes políticos no pueden imponerse, nos ahorraran el espectáculo de vestirnos en ropaje humanitario la inevitabilidad de la intervención a la que han llegado como conclusión, sería un detalle.

Obama ha mantenido la ambigüedad entre una retórica en sordina frente a acciones que no se hubieran tolerado a Bush (ha pasado de 36.000 a 100.000 soldados en Afganistán, ha mantenido Guantánamo abierto después de prometer cerrarlo, y ha multiplicado por tres los asesinatos selectivos en Pakistán y las operaciones especiales en todo el globo). Hasta hoy guardaba silencio. Ahora ha salido del armario. ¿Tenía razón Bush? Algo nos temíamos.

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