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Gabriel Moris

Manifestación monográfica y unitaria

Creo que las víctimas y los ciudadanos que nos sentimos engañados no tenemos otra alternativa que exigir públicamente lo que durante siete años se nos oculta.

Hemos conmemorado el séptimo aniversario de la masacre que, por obra de unos criminales aún desconocidos, segó doscientas vidas y dejó maltrechas a más de dos mil personas.

No soy persona aficionada a lo esotérico pero el número siete, en algunas religiones, es símbolo de plenitud. Tampoco soy una persona cerrada a lo intangible, más bien al contrario. La esperanza debe ser el motor de nuestra vida. Si repasamos los obituarios de nuestros mártires de aquel día, podemos descubrir que la esperanza era el motor de sus vidas. Yo me pregunto cuál sería y será el de sus victimarios. Ellos tienen aún la posibilidad de rectificar. Para ello han de reconocer el mal perpetrado. Caín, al ser interpelado, respondió: "¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?". Esta respuesta sigue siendo actual entre nosotros. ¿No resulta horrible vivir en el caínismo más puro?

Los actos de recuerdo y homenaje a las víctimas, como es habitual, se han caracterizado por la división entre los organizados por las instituciones y los diferentes grupos de víctimas. En mi opinión, esta realidad es una prueba del desorden introducido por el terror en nuestras relaciones personales y sociales. Sin profundizar en el análisis de los hechos, sí podemos destacar dos cosas: el monumento de Atocha creo que ha perdido protagonismo. La presencia del Gobierno ha sido nula o ha pasado inadvertida.

Este año, en mi opinión, hemos podido constatar novedades esperanzadoras respecto al año anterior:

Los hechos enunciados me hacen creer que el séptimo aniversario de la masacre puede ser un punto de inflexión en la línea de ocultación y olvido que mantienen las instituciones elegidas y apoyadas por los ciudadanos y por las víctimas del terror.

Las víctimas, agrupadas en tres asociaciones, seguimos sufriendo, en silencio y a diario, la pérdida de nuestros seres queridos y los daños de todo tipo causados por nuestros verdugos. Esta es la única verdad probada de aquel triste día. Esta realidad puede y debe ser el más fuerte de los vínculos posibles entre nosotros. Si con ocasión de la sentencia hubo consenso entre las acusaciones, creo que ante una petición de verdad y justicia, aún pendientes, sobran razones para la unidad de todos.

Si después de siete años de espera, las instituciones del Estado no sólo callan y olvidan, sino que obstruyen de forma flagrante la acción de determinados jueces para investigar las irregularidades manifiestas cometidas a nivel policial, judicial y político; creo que las víctimas y los ciudadanos que nos sentimos engañados no tenemos otra alternativa que exigir públicamente lo que durante siete años se nos oculta.

Tenemos ejemplos de movilizaciones cívicas en casos de delitos comunes –Sandra Palo, Mari Luz, Marta del Castillo– todos ellos bien acogidos por las autoridades y los ciudadanos. Una masacre que afecta a más de dos mil familias, ¿no debería tener una repercusión igual o mayor? Durante estos días Libertad Digital abrió un enlace denominado Especial 11-M en el que miles de lectores han dejado sus testimonios de adhesión a las víctimas y a la causa de la verdad. Nuestro agradecimiento con la promesa de no defraudarles.

Como corolario de todo lo expuesto, propongo a las tres asociaciones de víctimas, presididas por madres de fallecidos y por una persona superviviente de los atentados, que se convoque una manifestación unitaria en Atocha, a ser posible pidiendo Verdad y Justicia para los atentados del día 11 de marzo de 2004.

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