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José García Domínguez

Ardor guerrero

Singular, insólito genocidio en el que al genocida se le reconoce el soberano derecho a continuar reinando sobre el escenario de sus crímenes.

Vista esa querella de rufianes entre el ministro de Justicia de Gadafi, avezado carnicero con las manos empapadas de sangre, y su antiguo maestro, guía y patrón, parece que no hay en el Parlamento español quien muestre reserva moral alguna a enfangarse en semejante trifulca. Triste unanimidad que, sin embargo, a mí me recuerda un viejo pasquín de la extrema izquierda cuando la Transición –del MC para el lector que ya gaste una edad–."Gane quien gane, tú pierdes", rezaba su cartel electoral no sin alguna aciaga lucidez. Aunque uno pueda entender el súbito ardor guerrero del presidente del Gobierno, que ha corrido a alistarse voluntario sin que nadie le hubiera dado vela en el entierro de la sardina pacifista.

Y es que, en la estela de aquellos oscuros legionarios de las coplas de doña Concha Piquer, el recluta Zapatero igual ansía expiar algún turbio pasado en la primera línea del frente. Fervor bélico que, muy en su estilo, lo ha llevado del minimalismo ético al maximalismo semántico sin solución de continuidad. Así, en la alocución ante el Congreso ha vuelto a reincidir en ese vicio tan suyo, el de pervertir los significados del diccionario prostituyendo el uso de las grandes palabras para su empleo mercenario al servicio de la pequeña política. Por ejemplo, al calificar con alegre impunidad de "genocidio" cuanto viene aconteciendo entre esas tribus del desierto africano de quince días a esta parte. Por más que la evidencia fáctica a propósito del tal genocidio sea equiparable a la que en su momento se dispuso sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Porque resulta ser exactamente la misma. Ni mayor ni menor. La misma. O sea, ninguna. Lástima que Don Tancredo no concediera recordárselo desde la tribuna. Lástima de amnesia, la que asimismo le impidió mencionar que éste habrá de ser el primer ataque militar de España contra una nación árabe. Por cierto, singular, insólito genocidio en el que al genocida se le reconoce el soberano derecho a continuar reinando sobre el escenario de sus crímenes. Lo acaba de anunciar el propio Zapatero: "No se trata de echar a Gadafi, sino de poner fin al genocidio". Grandes, enormes, imponentes palabras; ínfimas, raquíticas, mezquinas realidades: Zetapé en estado puro.

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