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EDITORIAL

El problema menor de la sucesión de Zapatero

Los problemas que arrostramos son demasiado graves como para que podamos permitirnos el lujo de perder el tiempo haciendo inútiles cálculos políticos sobre una sucesión que, por el momento, está más lejos que cerca de materializarse.

El panorama que enfrenta España en los próximos meses es desalentador. Por un lado la crisis de Libia, que ha terminado rompiendo en una guerra abierta entre los aliados y Muamar el Gadafi. Por otro, una pésima situación económica, que no hace sino agravarse cada mes que pasa y que, debido a la inestabilidad internacional, empeorará conforme el petróleo y otras materias primas se encarezcan, aplazando sine die la recuperación. Por último, ya en el plano de la política interior, el enésimo desafío proetarra personificado en Sortu, una continuación de Batasuna que, con ese o con otro nombre, aspira a presentarse a las elecciones del 22 de mayo.

Pues bien, en un crítico cruce de caminos como el que nos encontramos la principal preocupación dentro del partido gobernante es si Zapatero despejará su futuro político antes del 2 de abril o después. Es más que obvio que el presidente del Gobierno se encuentra en una fase muy avanzada de agotamiento. Su desastrosa gestión de la crisis económica unida a continuos vaivenes y a decisiones más que discutibles han obrado el milagro de poner a Zapatero frente a la puerta de salida en sólo unos meses.

De manera que si lo que Zapatero quiere es no volver a presentarse que no lo haga, pero que deje de marear la perdiz con la persona y el momento de su sucesión. Y a la inversa, si quiere seguir presentándose como candidato –y de él depende hacerlo– que lo anuncie cuando considere conveniente. Lo lógico y razonable es que hiciese una de las dos cosas lo antes posible para acabar con un debate estéril que, en nuestra situación actual, es, además, totalmente superfluo.

Los problemas que arrostramos son demasiado graves como para que podamos permitirnos el lujo de perder el tiempo haciendo inútiles cálculos políticos sobre una sucesión que, por el momento, está más lejos que cerca de materializarse. A estas alturas poco importa quién o quiénes estén postulándose, más si cabe cuando en el PSOE, como en el PP, la democracia interna es totalmente desconocida. Por de pronto tenemos que conformarnos con toneladas de ruido que enmascara un silencio sepulcral, que se ha impuesto desde Moncloa para mantener la sucesión como un tema de permanente actualidad que actúe de socorrida cortina de humo tras la que ocultar los continuos desaciertos en los que está incurriendo el Gobierno. 

En España

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