Los judíos muertos no son noticia
No faltan jóvenes varones musulmanes que disfrutan degollando bebés de tres meses y luego se vuelven a casa soñando con que la plaza del municipio o el partido de fútbol sean bautizados en su honor.
Tamar Fogel, de 12 años de edad, volvió a casa la noche del pasado viernes para encontrarse a sus padres, Ruth y Udi Fogel, a sus dos hermanos Yoav (11 años) y Elad (4 años), y su hermana de tres meses asesinados por en sus camas. Habían sido degollados y apuñalados en el corazón.
Eso no tiene nada de impactante: No faltan jóvenes varones musulmanes que disfrutan degollando bebés de tres meses y luego se vuelven a casa soñando con que la plaza del municipio o el partido de fútbol sean bautizados en su honor.
Allá en Gaza, la ciudadanía celebraba la noticia con vítores y repartiendo caramelos.
Tampoco tiene nada de impactante. En el culto a la muerte palestino generalizado, hay incontables legiones que, aunque no tan dispuestas a matar judíos por sí mismas, se limitan a deleitarse en la gloriosa victoria del resto.
Y en el mundo en general se producía una acusada reticencia a dar cobertura informativa a los hechos.
Y, aunque no es impactante precisamente, sí es un útil recordatorio de lo mucho que han cambiado las cosas en cuestión de unos años. El 11 de Septiembre, las grabaciones de los palestinos bailando en las calles y repartiendo caramelos dieron la vuelta a las pantallas de televisión del mundo, y aquella reinona rancia de Arafat pasó inmediatamente al modo control de daños y se apresuró a hacerse grabar donando sangre.
Esta vez no hubo necesidad de control de daños, porque no hubo ninguno. Los medios occidentales desviaron simplemente la vista de las desafortunadas manifestaciones efusivas de sus ojitos derechos palestinos. El gobierno israelí difundió imágenes crudas de los crímenes, pero Youtube retiraba la grabación en cuestión de dos horas. Las modernas "redes sociales" desarrollan de pronto un sentido del decoro tan exquisitamente refinado como el viejo directorio de notables de una ciudad.
Escribe Caroline Glick que, hace una década, la revelación de que el embajador francés en Gran Bretaña Daniel Bernard se refería a Israel como "ese país de mierda" fue escandalosa. Ahora es moneda corriente.
La deslegitimación de Israel hoy es completamente universal: De hecho, en los tiempos que corren los líderes palestinos hablan más de "la solución de dos Estados" que los europeos. El día nacional de Israel, destacadas figuras británicas de origen judío escriben al The Guardian para condenar la existencia del Estado judío. Y la "Semana del Apartheid Israelí" es el regalo multicultural de Toronto al mundo.
Poniendo de relieve su extraña habilidad para pasar por alto lo que pasa, el responsable del Congreso Judío Canadiense tuiteaba hoy:
"El anonimato alimenta lo desagradable en la red".
Hubiera dicho que hasta este triste bobo irrelevante habría notado que el rasgo llamativo de "lo desagradable" hoy es lo poco anónimo que es. Año tras año, el mundo es más alegremente franco con su antisemitismo. Puede que haya que preguntar a John Galliano, o a Julian Assange.
Pero a veces, como cuando se degüella a un bebé, lo que no se está diciendo es exactamente igual de elocuente. Hace poco estuve hablando con un judío húngaro que vivió en Budapest en la clandestinidad durante la Segunda Guerra Mundial, hacia 1944, cuando al gobierno pro-alemán se le estaba acabando la munición y se vio obligado a ponerse creativo.
Esposaban a los judíos en largas cadenas, los subían a un puente, disparaban a un par de cada extremo y luego los empujaban al Danubio para dejar que el peso muerto arrastrara a los que estaban en medio. Tienes que tener un estómago fuerte para desempeñar esa labor, casi igual de fuerte que para matar a niños de tres meses. Pero, mientras mi amigo contaba su relato, yo no pensaba en los monstruos del puente, ni siquiera en los que estaban en las orillas jaleando, sino en las cifras mucho mayores de personas que seguían con sus asuntos y buscaban excusas a lo que estaba pasando. Eso es lo que marcó la diferencia, ayer y hoy
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