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Amando de Miguel

Alusiones, elusiones e ilusiones personales

Luis Lebredo (California) se pregunta por qué algunos lectores siguen leyendo mis opiniones y luego me insultan y tratan de desacreditarme. Francamente, no lo sé. Sospecho que detrás de todo ello está la envidia, el pecado capitalísimo de los españoles.

Don Hug Banyeres sigue alegrando la fiesta. Me espeta lo siguiente: "la superficialidad, falsa alegría y desmadejamiento de su trato con las palabras, no va bien". Supongo que quiere decir que "no van bien". ¿No van bien con qué o con quién? Prosigue el mosén: "No me salgo de indicarle que usted en esto no va más allá de ser un ignorante ilustrado, excesivamente presuntuoso". No comprendo lo del verbo "salir" en esa frase. Me resultan raras tantas imprecisiones cuando el poeta preferido de don Hug es San Juan de la Cruz.

Luis M. Bayo Guatemal (Orense) confiesa. "Por más que lo intento, me es imposible comprender que haya alguien con dos dedos de normalidad mental que le envíe insultos o estupideces". Pues es de fácil comprensión. El insulto es muy necesario a veces para corregir posible deficiencias del que lanza los improperios.

José Miguel Moreno se excusa: su comentario sobre el término "opinionista", que yo dejé caer un poco en broma, "carecía de toda carga crítica". No se preocupe, hombre. La carga crítica es cosa buena. Mis comentarios están llenos de carga crítica. Con ello entretengo a los posibles lectores y les ayudo a pensar. Es mi liviano menester.

Luis Lebredo (California) se pregunta por qué algunos lectores siguen leyendo mis opiniones y luego me insultan y tratan de desacreditarme. Francamente, no lo sé. Sospecho que detrás de todo ello está la envidia, el pecado capitalísimo de los españoles.

Amos Pascual Aguirre me hace una crítica muy atinada a mi último libro de Memorias y desahogos. Por ejemplo, "me sorprende su desparpajo, yo diría que impudicia, al hablar de la intimidad de su familia. No es necesaria tanta sinceridad". La verdad es que he ocultado muchas intimidades. Por eso, en forma de ficción y de manera proyectiva, algunas aparecen en mi próxima novela, Historia de una mujer inquieta. Es muy español eso de que los trapos sucios se lavan en casa. Entiendo que, si uno escribe sus memorias, no es solo para justificarse o para demostrar el "me cachis que guapo soy". Sigue don Amos (supongo que es don Amós): "Sus andanzas profesionales resultan algo monótonas, pues parecen una sinfonía monocorde donde su única obsesión era leer y escribir". En definitiva, "me resulta usted un tipo curioso y enrevesado de catalogar". Además, "me resulta poco comprensible que, en medio de tantos amigos y colaboradores entre los que ha repartido su vida, haya tenido tiempo para deprimirse". Poco sabe usted de la depresión, don Amós, que nada tiene que ver con estar rodeado de amigos y colaboradores. Es una enfermedad como otra cualquiera, por cierto, muy común entre los que se dedican al menester intelectual. Lo que nunca había pensado es que mis trapisondas y peripecias profesionales fuesen "monótonas". Antes bien, a mí me han resultado divertidas, sorprendentes, intrigantes. Espero que don Amós lea la próxima novela para que pueda catalogarme bien. El problema es que el personaje protagonista es una mujer. Me he inspirado en la técnica de Cinco horas con Mario, del genial Delibes. Vamos a ver qué resulta. Confío en que, a través de ese recurso literario, don Amós logrará entenderme bien. Claro que lo fundamental es que yo logre entenderme a mí mismo. Esa es otra historia.

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