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EDITORIAL

¿Le queda a Zapatero algo por prohibir?

el socialismo sedicentemente democrático ha de travestir su esencia con la farfolla metafísica que intenta convencer a los ciudadanos de que su ataque a la libertad es, en realidad, la manera de extender unos novedosos "derechos de ciudadanía" (sic).

La base del socialismo es restringir las libertades individuales, porque este es la único modo de ver convertidos en realidad unos principios constructivistas diametralmente contrarios a la naturaleza humana. Desde esta perspectiva, está fuera de toda duda que para ser socialista hay que tener primero una fuerte inclinación totalitaria y vocación de ingeniero social.

Esta evidencia primordial choca, sin embargo, con la opinión mayoritaria de la sociedad moderna, en última instancia refractaria al recorte de derechos, por lo que el socialismo sedicentemente democrático ha de travestir su esencia con la farfolla metafísica que intenta convencer a los ciudadanos de que su ataque a la libertad es, en realidad, la manera de extender unos novedosos "derechos de ciudadanía" que, por otra parte, nadie ha logrado hasta el momento identificar adecuadamente.

José Luis Rodríguez Zapatero resulta ser, bajo esta perspectiva, el perfecto socialista, y lo único que lo diferencia de sus colegas es su mayor ineptitud a la hora de enfrentarse a los retos cotidianos que las sociedades modernas exigen de sus gobernantes. Incapaz de entender cómo funcionan las interacciones sociales y víctima de un sectarismo ideológico inveterado, Zapatero se nos muestra cada vez más insolente en su afán de imponernos todo tipo de trabas a los ciudadanos, tal vez con la esperanza de que su proyecto revolucionario en lo social disimule su inverecundia en lo político y su fracaso absoluto en lo económico.

Y es que al Gobierno apenas le quedan ya actividades que prohibir habida cuenta de que prácticamente en todos los sectores de la vida cotidiana ha metido sus zarpas coactivas. El consumo de tabaco en locales privados, la ingesta de dulces y otros alimentos hipercalóricos en los colegios, las opiniones supuestamente discriminatorias a criterio de la autoridad gubernativa, los toros en alguna región española, los crucifijos en las aulas o el uso de internet como herramienta para compartir información son algunos de los ejemplos que nos indican con gran fidelidad el apego real que los socialistas de Zapatero tienen por la libertad individual.

En cambio, todas las restricciones que su Gobierno impone a los ciudadanos honrados contrastan con las facilidades que constantemente otorga a quienes deciden incumplir la ley atentando contra nuestros derechos. En España, delinquir sale muy barato y si el responsable no ha cumplido aún dieciocho años, entonces resulta casi gratis, aunque haya acabado con la vida de otro ser humano de la forma más cruel. Por su parte, los que atentan contra la propiedad ajena, ya sea por vagancia como los "okupas", o por afán de lucro como las bandas de desvalijadores, gozan también de una serie de ventajas legales que convierten su actividad delictiva en una forma de vida más bajo el paraguas de la impunidad.

Y en esta tesitura llega Rubalcaba y anuncia a todos los españoles su decisión de restringir más aún la velocidad en las carreteras aprovechando los disturbios de Oriente Próximo para, según asegura, ahorrar divisas. Una astracanada que bien hubiera merecido del personaje haberla presentado en sociedad como otra ampliación de los "derechos de ciudadanía" prometidos por Zapatero.

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