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Antonio Robles

La mejor apuesta contra el terrorismo islámico

La mejor apuesta contra el terrorismo es invertir en democracia en estos países, y el primer paso para lograrla es la educación, la ilustración, la ciencia, el desarrollo económico. En una palabra: pedagogía de la libertad.

La excusa primera para invadir Afganistán fue acabar con la guarida de Al Qaeda. La justificación militar: acabar con un Gobierno, el afgano, que daba cobijo, cobertura, medios y legalidad internacional de Estado al islamismo radical terrorista. Como consecuencia de esa guerra, o como garantía para que el terrorismo islámico no fuera acogido por otros Estados, se agitó el miedo apocalíptico a las armas de destrucción masiva, dígase armas químicas o nucleares. Así se invadió también Irak. Uno contó con autorización de la ONU, el otro no.

Unas y otras acciones militares nos han costado a Occidente miles de vidas humanas y miles de millones de dólares. Y a los países directamente afectados, cientos de miles de vidas y la devastación de sus infraestructuras, complejos industriales e innumerables aldeas y ciudades.

Desde que en 1885 las potencias imperialistas europeas se repartieran África en el Pacto de Berlín, la relación de Occidente con los países de esta región y de Oriente Medio siempre ha sido interesada, primero colonialmente, después de dominio a través de multinacionales capitalistas y de soporte a tiranos panarabistas de corte socialista. Era una forma más de mantener caliente la Guerra fría. Occidente no ha dudado en sacrificar el desarrollo económico y democrático de todos estos países con tal de que sus gobernantes les garantizaran precio y estabilidad energética además de dominio estratégico militar. Buen negocio para algunos países, fuentes ilimitadas de ganancias para algunas empresas multinacionales, pero, a la hora de la verdad, miseria para esos pueblos e inestabilidad para Occidente.

Las revoluciones de la @ están dando a Occidente la oportunidad de cambiar radicalmente las relaciones de dominio por relaciones de cooperación con el sistema democrático como garantía de estabilidad y desarrollo económico. No hay ser humano ni cultura incapacitada para guiarse por criterios democráticos, sólo pueblos sumidos en la ignorancia o en el miedo por dirigentes déspotas. Sólo tenemos que desplegar las velas en la dirección del viento histórico. Posiblemente, por primera vez en la historia, el mundo musulmán esté recorriendo sin saberlo el camino que Occidente emprendió en 1789 con la Revolución Francesa para acabar con el Antiguo Régimen e iniciar el camino de la libertad, la democracia y la justicia social. No estoy renunciando a los réditos pecuniarios que la relación de superioridad técnica y productiva nos garantiza; nadie puede luchar contra las ganancias en un mundo cuya vitalidad y bienestar está basada en su producción; muy al contrario, sería la fórmula más eficaz y barata de garantizarlas. Puede que ayer no fuera fácil, ni siquiera posible, pero hoy, después del incendio de las revoluciones de la @, hay la esperanza de que éstas puedan estar inspiradas y dirigidas por fines muy parecidos a los ilustrados que inspiraron las nuestras. La caída de Ben Alí y Hosni Mubarak y la determinación de los libios contra ese sátrapa paranoico de Muamar al Gadafi nos dejan soñar con revoluciones laicas o, cuanto menos, alejadas del islamismo más radical. Nadie lo puede garantizar, pero las redes sociales son libertad y la libertad siempre elige bien. Bueno, puede que las redes no, pero la libertad sí.

Por todo ello, la mejor apuesta contra el terrorismo es invertir en democracia en estos países, y el primer paso para lograrla es la educación, la ilustración, la ciencia, el desarrollo económico. En una palabra: pedagogía de la libertad.

No estoy hablando de una inversión en ideales, sino en desarrollo, ilustración... con dólares. Sería la mejor inversión contra el terrorismo. Un pueblo libre e informado es mucho más difícil de enrolarlo en el infierno del cielo. Y el primer paso es ayudar a esas redes sociales de jóvenes ilustrados e incentivar regímenes democráticos. Israel es la metáfora.

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