Las insurrecciones de los pueblos árabes contra sus gobiernos despóticos están poniendo en evidencia el miedo al futuro, a lo incierto, o sea a la libertad, del mundo occidental. Es menester, pues, insistir en lo obvio; se está produciendo una revolución democrática en el mundo árabe, pero Europa, especialmente sus elites intelectuales y políticas, no quieren creérselo. Más aún, el cinismo occidental no deja de repetir que es poco menos que imposible una rebelión basada en la confianza y solidaridad recíprocas entre seres humanos que están hartos de sus déspotas gobernantes. Muchos "analistas" occidentales se niegan a reconocer que hay una lucha sistemática por los derechos individuales de participación en la gestión de lo público en estos países, según ellos, porque aquí no ha habido ni hay cultura democrática.
A partir de esa "premisa", en realidad, a partir de ese círculo infernal, es imposible comprender nada de lo que está a la vista. Son incapaces de ver que existen, por diferentes motivos y razones que ahora no vienen al caso, miles de seres humanos que no quieren vivir en un permanente estado de servidumbre voluntaria. Antes que vivir como en un "parque de animales", miles de personas luchan por vivir libres aunque sólo sea para no morir como esclavos. A pesar de lo evidente, raro es el día que no oigo o leo un comentario burdo, casi rayando la estupidez mental, sobre la imposibilidad de que salga algo mejor de lo ya existente. Son estos "analistas", en efecto, los mejores representantes de un espíritu reaccionario, casi troglodita, incapaz de ocuparse y preocuparse por el presente, porque el miedo al futuro los ha dejado convertidos en estatuas de sal.
Antes que "esperar algo de lo inesperado", como diría Heráclito, los críticos occidentales de estas insurrecciones populares repiten, repiten y repiten tópicos, lugares tan comunes como reaccionarios, tiene miedo al futuro, a la libertad y a la incertidumbre. En verdad, toda esa gente se ha quedado helada y muerta de miedo. Lo curioso es que a estos trogloditas occidentales les ha salido un aliado terrible. Es un terrorista famoso y cruel al que nadie, excepto Reagan y Bush, se ha atrevido a llamarlo por su nombre. Me refiero a Gadafi. Este matarife árabe ha resuelto la principal duda que se plantea tanto la izquierda como la derecha europea, en realidad, todo el cinismo occidental que no cree para otros, especialmente para los árabes, la libertad de la que ellos viven. Sí, sí, al final, ha tenido que ser el criminal Gadafi quien da respuesta al principal interrogante del cinismo occidental: ¿Quién está detrás de estas movilizaciones?
Esta pregunta, que no deja de aparecer en toda la prensa europea, especialmente la he visto reflejada en Le Monde, no ha sido contestada, o mejor, no se han atrevido a responderla con claridad, aunque se nos ha insinuado de forma oscura que quizá sean los integristas islámicos –u otros militares más sanguinarios que los actuales gobiernos despóticos–. En todo caso, quienes formulan reiteradamente esa pregunta parece que les cuesta reconocer que detrás de esas revueltas de momento, otra cosa será en el futuro, sólo hay seres humanos de carne y hueso. Son seres capaces de ser ciudadanos, héroes civiles, allí donde sólo hay represión y terror, que actúan al margen de una fuerza oculta que aún no ha dado la cara. ¡Cuánto daño ha hecho el marxismo y la teolología comunista de la historia!..
En fin, ha llegado el criminal Gadafi y lo ha dejado claro: todo es obra de Al Qaeda. Falso. En efecto, es mentira, pero esta paparruchada del criminal libio les dará alas a los cínicos occidentales para insistir en que no es posible el hombre libre en esa zona del planeta: o dictadura atea o integrismo islamista, o sea, o fatalismo e indigna pasividad política por un lado, o rabiosas, esporádicas y fugaces llamaradas de rebelión, que darán paso algún terrible ayatolá musulmán, por otro lado. Me niego a aceptar esa cruel alternativa. Entre otras razones, porque mi convicción en la sentencia de Heráclito es fuerte: "Hay que esperar lo inesperado". Es la única manera de vencer el miedo al futuro.