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Agapito Maestre

Vuelta a la política

En el mundo musulmán como en el occidental, cuando la gente se acostumbra a las libertades no sólo no renuncia a ellas sino que pide más.

Europa está vieja y decrepita. No se entera de lo que está pasando en los países islámicos, o peor, no quiere enterarse, porque sus elites políticas están atrapadas en las trampas que les impusieron los sátrapas políticos del mundo árabe. Tampoco sus intelectuales pueden vanagloriarse de que hubieran previsto una revolución política de viejo cuño liberal. Salvo raras excepciones, pocos científicos sociales habían analizado las posibilidades de unas movilizaciones a favor de la libertad. La gente ha salido a la calle para protestar. Está harta de dictadores y tiranos. La gente quiere libertad. La gente ya no aguanta tanto integrismo religioso y teocracias políticas. La gente no soporta a un fulano treinta años en el poder. ¡Que aprendan los comunistas de Fidel Castro! Esto no tiene que ver nada con una revolución social. Sólo se piden elecciones y libertad, participación ciudadana y partidos políticos libres, transparencia en las instituciones y fin de la corrupción. Y, sobre todo, una mejor gestión de lo público.

Aunque los occidentales sigamos obsesionados con el poderío de las leyes coránicas como leyes civiles, los cambios parecían evidentes para quienes habían vivido en diferentes países árabes. Había clases medias y ganas de libertad en todos los sectores de la población. El problema principal no era el de la pobreza. No parece que la gente se haya rebelado por el hambre ni por las desigualdades extremas. El asunto fundamental es la rebelión de los individuos por sus libertades. Por su libertad. Esto no es algo que surja de nuevo, según se empeñan en decir algunos periodistas, porque haya aparecido un nuevo sujeto político: las redes sociales en internet. Falso.

En todo caso, se ha hecho un uso político de un instrumento: las redes sociales, como en otros tiempos se hizo uso de la prensa. Los sujetos políticos de las revueltas contra los regímenes tiránicos en los países islámicos son previos a las redes sociales de internet. No confundamos causas con efectos. Sin seres humanos de carne y hueso dispuestos a vivir en libertad no hubiera existido ninguna rebelión. Había, pues, energía suficiente en las diferentes clases sociales de esos países para pensar no en la aparición de un nuevo sujeto político, sino en la activación y desarrollo de un conjunto de movimientos, ideas y personas que venían operando en esos países hace ya mucho tiempo. Por ejemplo, en Egipto, hace más de una década que había un intenso movimiento a favor de la libertad de pensamiento y contra el islam integrista encargado de la censura de libros y revistas considerados como nocivos para la fe.

Y, por supuesto, ha habido y hay un amplio debate entre quienes interpretaban literalmente el Corán y los dichos de Mahoma y quienes pedían una hermenéutica más acorde con los tiempos. Aquí las diferencias entre los diferentes Estados islámicos son significativas. El primer ejemplo lo brinda Túnez. Quizá el país más avanzado a la hora de interpretar la sharia en materia de derecho de familia y, seguramente, por eso ha sido el primero en caer. Sí, sí, en el mundo musulmán como en el occidental, cuando la gente se acostumbra a las libertades no sólo no renuncia a ellas sino que pide más; Túnez, en efecto, es un país que garantizaba la paridad entre los sexos en el matrimonio y en los derechos sobre la prole, superando así los privilegios reservados al hombre; también la poligamia en Túnez es considerada como un delito, y el repudio, en fin, del hombre a la mujer fue abolido. Quizá por eso, insisto, Túnez ha sido el primero en caer, entre otras razones, porque las mujeres podían gritar en la calle como los hombres. ¡Con ese modelo de cambio tunecino me conformo!

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