Un Egipto sin Mubarak
Mal futuro el de Egipto. Ya nos hemos divertido, han echado a Mubarak y los periodistas occidentales por allí destacados han vivido la estimulante épica de derribar a un tirano (lo era). Menuda juerga. Ahora sólo resta dilucidar quién va a pagar la cuenta
La euforia, las alharacas, las albórbolas y el follón general se van apagando. La gente vuelve a sus casas y sus trabajos, si los tienen, porque así no se podía continuar y la pregunta es obvia: y ahora ¿qué? Y la respuesta también es clara: Suleymán y Tantawi –militares ambos– mantienen el poder apoyados por una junta militar de facto. No podía ser de otra manera: el régimen castrense no soltará fácilmente el poder que detenta desde 1952, tanto por el control económico y político que ello les proporciona como por los apoyos exteriores que necesitan irremisiblemente, por ejemplo para recibir armamento imprescindible. Las armas son para los ejércitos como el papel para los escritores, algo que los políticos y la gente común no suelen entender, arrastrados por la inercia de los tópicos antimilitaristas. Y también precisan la autorización de uso, la renovación tecnológica, los repuestos para esas armas y la información para poder usarlas.
Lo antedicho significa que, ya en el plano estrictamente funcional de la lógica militar, romper la alianza con Estados Unidos resulte un dislate. El país carece del dinero necesario para reorientar sus compras de armamento en otro mercado. Y es muy dudoso que Rusia esté dispuesta (y en situación económica) a repetir los préstamos a fondo perdido, o de cobro imposible, que la URSS regaló a Abd en-Naser en los Sesenta. O que China no haya aprendido la lección del hundimiento económico del régimen soviético, en gran medida por el descabellado despilfarro en ayudas al Tercer Mundo jamás recuperadas. Ligado a esta visión pragmática de necesidad inmediata está el panorama internacional de confrontación en que caería Egipto, si se abandona la amistad y cooperación con Washington e Israel que practicó Mubarak como epígono de Sadat. No sería sólo tensión política exterior, sino empobrecimiento –más aun– de la economía nacional y, en el peor de los escenarios posibles, si los Hermanos Musulmanes, a las claras o no, se hicieran con el poder, vuelta al choque armado, cierre del Canal de Suez con todas las consecuencias inherentes, desaparición del turismo (que ya ha dado un aviso gracias a la bronca de Tahrir), aumento en progresión geométrica de los gastos bélicos. La bancarrota final: ¿o alguien piensa que les saldría gratis y bastaría con vocear por las calles "Allahu Akbar"?
Los egipcios que tengan memoria recordarán que todo esto, aquí enumerado esquemáticamente, era la situación concreta que se vivía en los días del harb al-istinzaf , la "guerra de desgaste" que buscaba dejar exhausto a Israel y sólo consiguió que Egipto quedase exánime. Abd en-Naser –que no era ningún tonto– lo sabía, pero ya no podía gobernar sino en la lógica de ahondar en sus propios errores. Hasta que la Providencia, en 1970, le exoneró, a él y al país, de tan pesada carga. No parece racional que los sucesores de Mubarak en el aparato militar quieran recrearse en la suerte de arruinar al país del todo y de por vida.
Pero luego está el control social y cultural, el dominio del imaginario colectivo, ese campo que, desde la muerte de Abd en-Naser, los Gobiernos sucesivos –paradójicamente tachados de herejes e impíos– han cedido a los Hermanos Musulmanes, quienes no necesitan ganarse a la sociedad egipcia por la sencilla razón de que la han ganado ya. Desde hace muchos años imponen su ley en las calles, en las aulas, en las instituciones oficiales. Nadie rechista, se persigue a los cristianos, con medidas administrativas, propagandísticas, discriminaciones varias, o quemando las iglesias directamente. La castradora pañoleta de las mujeres es general, la recitación, a voces, del Corán te persigue por todos los rincones, el pietismo hasta en la sopa. Y eso con Mubarak, el Impío. Y aun quieren implantar la Shari’a. No me sorprenden nada las declaraciones en estos días de los cabecillas de los Hermanos Musulmanes –que, al parecer, ya se van a quitar la careta y se presentarán como partido–, Badi’ y Bayumi; denuncia de los acuerdos con Israel, abolición de la legislación civil y penal laica con imposición de la Shari’a y, por tanto, de la sociedad perfecta a través del islam. O sea, su máxima preferida: "Practicar el Bien y corregir lo reprobable". Estupendo: sólo falta determinar qué significa "Bien" y qué "reprobable".
Mal futuro el de Egipto. Ya nos hemos divertido, han echado a Mubarak y los periodistas occidentales por allí destacados han vivido la estimulante épica de derribar a un tirano (lo era). Menuda juerga. Ahora sólo resta dilucidar quién va a pagar la cuenta. Y como intento escribir en serio, no me extenderé sobre las alternativas liberal-democráticas: "El Mañana" y el Wafd. Ni sobre los muchachos de Twitter.
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