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Lara Vidal

Dictaduras de nueva generación

La democracia sólo ha arraigado en naciones donde triunfaron los puritanos (Inglaterra, EEUU y las antiguas colonias del Canadá, Australia y Nueva Zelanda) o la Reforma fue indiscutida desde el principio como en Holanda o en las naciones escandinavas.

La fe de algunos políticos y periodistas en determinadas consignas supera con mucho la de no pocos creyentes en cualquier religión. El caso de Egipto es buena prueba de ello. Mucho hablar de que el pueblo egipcio estaba viviendo una primavera de libertad y, al final, todo ha terminado en un cuartelazo más. Los que conocen la Historia de Egipto –pocos, dicho sea de paso– lo habían dicho y, por supuesto, no se equivocaban. ¿Va a surgir de este golpe militar una democracia? Sinceramente, no cabe esperarlo. En realidad, lo más seguro es que nos encontremos, al final de todo, con una dictadura de nueva generación. 

Lenin, Hitler, Stalin, Castro estaban convencidos de que sin una buena red de represión penitenciaria era imposible mantener su gobierno tiránico. Se equivocaban y lo pagaron decenas de millones de desdichados. La caída del Muro de Berlín dejó de manifiesto que es más que posible instaurar un régimen dictatorial permitiendo, al mismo tiempo, los partidos, elecciones periódicas e incluso cierta libertad de prensa. Naturalmente, para mantener en pie el edificio hay que controlar una distribución de los medios de comunicación que logre que su labor no pueda alterar un resultado electoral. También hay que cercar a los opositores –incluso sobornarlos– de manera que no vayan más allá de un decorado escasamente efectivo. Finalmente, a los pocos disidentes que sigan quedando hay que convertirlos, silenciarlos o –sólo de manera excepcional– eliminarlos. 

En una nación donde casi sólo se cuentan los logros del régimen y los desvelos por nuestro bienestar; donde la tradición histórica es más bien ovejuna y donde incluso se puede echar mano de un cimiento religioso dispuesto a pactar con el poder, el resultado suele ser el de la dictadura esperada. Formalmente, se puede presentar de cara al exterior la imagen de un régimen que si no del todo democrático al menos avanza por el luminoso sendero de las reformas. En la práctica, nos encontramos, sin embargo, con una dictadura que ha seguido el consejo de Lampedusa de cambiar todo para dejar todo igual. 

Es lo que va a suceder en Egipto; es lo que sucede en la Rusia de Putin y es lo que desgraciadamente se viene persiguiendo desde hace décadas en naciones como Italia y España por no citar buena parte de Hispanoamérica. Al final –no cabe engañarse– la democracia sólo ha arraigado sin marcha atrás en naciones donde triunfaron los puritanos (Inglaterra, Estados Unidos y las antiguas colonias del Canadá, Australia y Nueva Zelanda) o la Reforma fue indiscutida desde el principio como es el caso de Holanda o las naciones escandinavas. Donde, por el contrario, la democracia ha nacido como consecuencia de la segunda guerra mundial o de las presiones norteamericanas no es que exista posibilidad de retroceder en lo avanzado, es que hay una enorme posibilidad de degenerar en dictaduras de nueva generación y, llegado el caso, da lo mismo que quien gobierne se llame Suleimán o ZP.

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