Occidente no debería sentirse muy satisfecho de lo que está ocurriendo en Oriente Medio: no ha movido un dedo en pos de la democratización de la zona y su atención se centra ahora en los lugares equivocados, Jordania, Marruecos y Yemen. Y todo porque Occidente ve la democracia en suelo árabe con miedo. Es como si su niño dócil, al que sabían cómo tener contento, se hiciera de repente mayor y la capacidad de influencia se disipara por momentos. Y no debe ser así.
Quienes no deberían estar precisamente preocupados, ni nosotros por su destino, son los dirigentes jordanos y similares. Quienes sí deberían estarlo son los opresores brutales, desde Siria a Irán o quienes quieren subvertir un orden constitucional plural para pasar a imponer un régimen teocrático, como Hizbolá en Líbano. Y quienes se han impuesto por la fuerza y atienen a la gente en la miseria y la represión, como Hamás en Gaza. O quienes han elegido la incitación al odio como fórmula para sostenerse en el poder, como la Autoridad Palestina en Cisjordania. Sobre todos ellos es dónde deberían posarse nuestros ojos y decirles "basta, hasta aquí hemos llegado". Porque es precisamente por su culpa, por su forma de entender la política, la sociedad y la religión, que sus congéneres viven todavía en la ignorancia, la pobreza y en la irresponsabilidad sobre sus vidas y su destino.
Si de verdad queremos ayudar a Egipto y promover las reformas necesarias para un cambio auténtico de régimen en la zona, no debemos volver nuestro foco de atención ahora sobre los Abdulás y Mohameds, sino sobre los Assads y Ahmadinejads de la zona. Puede que la próxima estación para la revuelta popular sea Ammán, donde el rey no se atreverá a enfrentarse al pueblo, pero lo que a nosotros nos debiera interesar es que la próxima manifestación antigubernamental volviera a ser en las calles de Teherán, pues es allí donde se engendran la mayoría de los problemas de toda la zona.
Porque una cosa es clara: no habrá regímenes democráticos en Oriente Medio si Irán lo puede impedir. Y los ayatolás iraníes cuentan con suficientes lacayos en la zona del Levante como para alimentar una inestabilidad en los cambios que los ponga en peligro. Da igual que los Hermanos Musulmanes sean suníes y ellos chiís. El mito de que no van a cooperar no es más que eso, un mito.
Si Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, elige mirar lo que está pasando cual de si una película se tratara, no habrá tranquilidad en Oriente Medio durante mucho tiempo. Si queremos tener una incidencia positiva tendríamos estar ya pensando cómo alimentar la oposición iraní. Porque es preferible que caiga antes el régimen que Jomeini creó hace 30 años que las oyeras monarquías a las que se puede pedir que se transformen y de las que no es necesaria su caía ahora.